POR ANUAR SAAD
Con más frecuencia de lo deseado, leo en varias columnas de opinión o escucho en disertaciones académicas, la lapidaria frase de que “el periodismo está en crisis”. Y no contento con ello, otros miran a esta profesión y a quienes la ejercen, con algo de resquemor mezclado con algún maligno sentimiento de “pesar”.
Pero a esos detractores del oficio les tengo una noticia: el periodismo no está en crisis. Nunca lo ha estado y, posiblemente, nunca lo estará. Lo que está en crisis son algunos modelos obsoletos de medios de comunicación; periodistas que aún no se han dado cuenta de la evolución del oficio y burócratas que se infiltran en las salas de redacción y en las decanaturas de facultades, que terminan tergiversando la verdadera razón de ser del oficio. Porque tan dañino es el mal ejercicio del periodismo, como la pobre enseñanza del mismo en sus facultades.
Es que no es posible enseñar algo que jamás se ha ejercido. Es absurdo entender el periodismo y la comunicación desde preceptos que aunque, humanistas, son muy ajenos al fin periodístico: ¿Puede alguien acaso en estos nuevos tiempos dirigir un medio de comunicación sin jamás haberse ensuciado los zapatos haciendo periodismo? ¿Puede alguien manejar los destinos, por ejemplo, de una facultad de periodismo sin tener la menor idea de qué es ni para qué sirve?
Es por eso que al periodismo, per sé, no podemos juzgarlo. Lo que sí debemos revisar, y urgente, son los modelos de medios y la calidad de enseñanza del mismo en sus facultades y poder identificar a tiempo a los pequeños burócratas que logran hacer carrera ganando favores con camándulas ajenas.
Desde la primera clase que dicté –un lejano mes de febrero de 1997- entendí que la docencia era más que mandar a leer una pesada bibliografía, delegar exposiciones, usar frenéticamente el video beam, poner en boga un lenguaje refinado y lejano para el estudiante, o, en algunos casos, escribir dudosos artículos de investigación, que pocos entienden o le interesa. Desde esa primera clase, me di cuenta que esos muchachos, ávidos de aprendizaje, suponían que ese docente que estaba ahí enfrente enseñaba porque, además de ser un profesional en su carrera, había trabajado en su oficio y se había construido un nombre.
Y es que no podemos olvidar que el estudiante es, por naturaleza, un ser curioso. Le gusta ir más allá de lo planificado y se afana por despejar ese interrogante que con frecuencia lo atormenta: ¿qué carajos voy a hacer cuando enfrente mi primer día de trabajo? ¿Es suficiente lo aprendido en las clases? ¿Estoy preparado para las exigencias de un jefe rígido y perfeccionista? Por ello, no pasaba una clase en que a la mitad de ella abría un paréntesis (grande, además) para contarles anécdotas sobre hechos inusuales, divertidos, trágicos, exitosos, o por el contrario, de sucesos en que metimos la pata hasta el fondo.
Las anécdotas, casi que representadas teatralmente en plena clase, despertaban el interés -y muchas veces la risa- de los estudiantes, pero también les dejaba una clara enseñanza: “…si repiten eso, seguramente van a tener problemas”; o “…Así pude solucionar un embrollo en plena sala de redacción”. Dependiendo del caso, las enseñanzas, por supuesto, iban a ser distintas.
El pragmatismo en la enseñanza y en el ejercicio del periodismo ha sido cuestionado por algunos autores y avalado por otros. Pero el ejercicio del periodismo tiene, por sí mismo, una clara filosofía pragmática alentada por factores externos: la lucha contra el tiempo para solucionar el problema y la capacidad de reacción frente a un imprevisto. En estos casos, nadie va a tener tiempo para buscar un referente teórico leído en clase, ni mucho menos se va a acordar de aquella exposición mamotrética que el profesor hiciera alguna vez. Pero si los problemas del oficio han sido socializados en talleres amenos y didácticos y se hayan hecho estudios de casos relevantes de alto impacto, ese estudiante podrá recordarlos para toda la vida.
Aprender desde el error
Giordan (1985) en El interés didáctico de los errores de los estudiantes, afirma que el problema del error se vincula al problema de la verdad y de la fuente última del conocimiento. Doctrina propuesta por Sócrates, según la cual el hombre puede errar individual y colectivamente; pero debe aspirar a la verdad objetiva examinando sus errores mediante la autocrítica y la crítica racional. Está bien equivocarse, pero se debe hacer lo posible por enmendarlo.
Siguiendo esa misma línea, Jean Pierre Astolfi (2000) dice que “solo dejan de equivocarse los que no hacen nada”. Y esta es una frase que llega hasta el alma. Cada vez que vamos a hacer algo tenemos dos opciones, y una de ellas, es equivocarnos porque nuestras vidas están llenas de errores. Toda persona comete errores; es decir, se equivoca al no hacer lo correcto en las diferentes actividades que realiza. Sin embargo, cada error tiene un aprendizaje. Y si no te has equivocado, claramente quiere decir que jamás intentaste hacer algo nuevo.
Apuesta por lo pragmático
Aprender desde el error tiene un corte pragmático. Y resolver una situación compleja en el mundo de la información, también lo tiene. Sara Barrena, investigadora de la Universidad de Navarra en su artículo titulado Pragmatismo, asevera que “…el pragmatismo tiene que ver con lo práctico en el sentido de lo que es experimental o capaz de ser probado en la acción, de aquello que puede afectar a la conducta, a la acción voluntaria autocontrolada, esto es, controlada por la deliberación adecuada; el pragmatismo tiene que ver con la conducta imbuida de razón; tiene que ver con el modo en que el conocimiento se relaciona con el propósito”.
Por su parte Richard Bernstein (1999) recuerda el génesis del movimiento pragmático que data del siglo XIX en cabeza de William James, quien le dio el nombre a la corriente, pero que achacó como fundador a Charles Peirce. Bernstein, en su libro El resurgir del pragmatismo advierte que “…una de las razones principales de por qué (a estas alturas) los pragmatistas son más relevantes que nunca, es debido a que la dialéctica “modernidad/postmodernidad” está poniendo al día con los pragmatistas. No creo que podamos volver sin más a los pragmatistas para resolver nuestros problemas teóricos y prácticos. Nada podría ser más impragmático que dedicarnos a una nostalgia de “felices días de ayer” (que en realidad nunca existieron). Pero sí creo que podemos seguir adquiriendo inspiración del legado pragmático y desarrollarla en modos creativos”.
Y estos “modos creativos” son los que exige con urgencia el periodismo de hoy, en donde se combinan el saber con el hacer. Y este último, a veces requiere de decisiones y reacciones rápidas en las que el concepto de verdad absoluta no existe, y abre el camino para explorar consecuencias y fines de la acción delimitada por distintas condiciones.
Vientos de cambio
No son tiempos fáciles los que se viven en el periodismo y en la enseñanza del mismo. Es que el periodismo ha estado desalentado por la misma dinámica de los medios. Para nadie es un secreto los despidos masivos en medios nacionales, los recortes drásticos en cadenas de televisión, la desaparición de canales o espacios por falta de presupuesto y la competencia directa con esa ‘nueva especie’ que dice hacer un ”periodismo de redes sociales” donde la verdad poco importa y solo aspira a acumular likes y vistas, sin importar la veracidad del mensaje, termina minando seriamente el ejercicio del verdadero periodismo: ese que se debe a la comunidad y que es lejano al “show mediático” que pulula ahora en redes.
A pesar de todo hay esperanza. La crisis que viven los medios en la actualidad (un fenómeno mundial) y que puede afectar al periodismo mismo, de alguna manera está encontrando un nuevo aire por la revolución digital que, a pesar de sus excesos, abre más espacios en los que se generan nuevos medios, y con ellos, nacientes roles que abrirán oportunidades para una nueva camada de periodistas con destrezas definidas e, incluso, una nueva visión del mundo.
Es por eso que el que enseña la profesión debe saber cautivar, embelesar, crear inquietudes, inspirar, ser el ejemplo y, sobre todo, narrar, utilizar anécdotas, recrear historias de periodismo de las que él ha sido protagonista y socializar casos de repercusión mundial en los que el periodismo haya sido clave en el desarrollo de los hechos sin olvidar la importancia de la literatura, siempre la literatura, que nos abre el conocimiento y nos enseña que lo que creíamos imposible, puede ser posible: que hay nuevas y mejores formas para enseñar más allá de la clase magistral o de lo que se transmite en un frío proyector. La esencia del periodismo, como en la enseñanza del mismo, está en la vida misma.
El periodismo, reitero, no está en crisis: su forma de ejercerlo y la de enseñarlo en los nuevos tiempos, es la que urge ser revisada.
Tienes que leer
La IED Evelyna Abuchaibe de Daes, que se levantará en La Playa, beneficiará a 800 estudiantes
Junior: ¿Y dónde está el piloto?
Universidades en Colombia: ¿transformarse o desaparecer?