18 de mayo de 2024

Un viaje al fondo de los “Partidos Secretos” de Teófilo Gutiérrez

El “Pibe de la Chinita” se entregaba -de cuando en cuando- a armar equipo en las canchas de barrios donde la violencia aleja a los deportistas de la gloria.

Por: William Ahumada Maury, ESPECIAL PARA HORA EN PUNTO

Bajo el mismo sol, entre la misma gente, con sentimientos igualmente profundos, con inmensos deseos –pero en canchas distintas – Teo juega los partidos ocultos de su vida.

Son encuentros que no registra la prensa y que Teo no siempre gana. Le saca tiempo al tiempo, busca la compañía de su padre y sale a buscar a los jugadores en los barrios que lo vieron crecer.

No llega a esas canchas con uniformes. Salta al terreno en pantalón corto, tenis  y camiseta. Juega sin árbitros, ni jueces de línea; sin inspectores. No obedece las estrictas reglas del fútbol.

Son partidos que planifica a espaldas del técnico, con jugadores fuera de la nómina del Junior, el equipo de sus amores. Sus compañeros de equipo no están concentrados en hoteles cinco estrellas, los encuentra en las calles del olvido y los invita a “jugar una línea”.

En estas canchas – de suelo polvoriento, delineadas por surcos trazados con palos sobre la tierra y atravesadas por corrientes de aguas negras – Teo pierde su estatus de estrella.

Para concertar estos encuentros, donde transpira más su alma que su cuerpo, Teo debe regresar a sus raíces. En realidad, nunca ha renunciado a estas.

Cuando todo inició el “Pibe dela Chinita” –no pasaba entonces los 17 años-  ya tenía licencia para atravesar las fronteras imaginarias que distancian a su gente del resto del mundo. Perdió la cuenta de los amigos que  murieron violentamente por ignorar ese código sangriento, hecho ley por estos lares. Las fronteras imaginarias separan una vida azarosa – la de La Chinita- de la muerte misma en los barrios vecinos. Por esa ley Teo ha llorado más de una vez.

No sale ovacionado después de cada partido porque –entre otras cosas- en esos encuentros la victoria no te hace campeón, te hace espiritualmente rico.

Algunas veces se le ve driblando solo por esas canchas; buscando gente para hacer equipo contra la selección del olvido. Con los ojos comprimidos bajo el peso del sol de las once de la mañana, camina  la cancha de tierra suelta.

El vecindario que hoy visita Teo no es visitado por la prensa, salvo para convertir a la muerte en noticia. Los niños que logran sobrevivir a este mundo –detrás de la frontera imaginaria- son atrapados por organizaciones oscuras –que los despojan de sus sueños- y los convierten cultores del dolor.

Cuando Teo encuentra a sus hombres y los selecciona, las tribunas no estallan de emoción, como en otras canchas. Para el partido de hoy –por lo menos- los espectadores esperaban que Teo seleccione  al “Santi”, al “Cuchy”, a “Pistoloco” o a “Dance Boy”, todos ellos dotados con grandes condiciones técnicas para jugar futbol, pero escondidos en ese sub-mundo clausurado para el resto de la ciudad. Los vecinos saben que ya el equipo enemigo entrenó a esos muchachos, y los puso a jugar en sus canchas oscuras.

Algunos niños –con tan poca edad que aún creen que en el mundo sólo existe el equipo Junior de Barranquilla-   asedian a Teo. Lo abrazan, lo besan. También, salen a su encuentro algunos  jugadores ya adultos –casi todos con los sueños perdidos- que lloran contra su pecho, y reviven el recuerdo de lo que pudieron haber sido si hubiesen aceptado –meses atrás- jugar para el equipo de Teo

En el equipo del “Pibe de la Chinita” – esos que pudieron ser grandes estrellas – pero optaron por jugar el partido más fácil – corean su nombre y se ufanan de su amistad. Se le tiran encima al verlo entrar a la cancha y viven con él una fiesta bajo el sol calcinante.

INICIA EL PARTIDO

Rápidamente Teo encuentra ritmo del juego sin balón. Habla con uno, habla con otro, los abraza, besa a los niños, estrecha los cuerpos escuálidos de dos abuelos que llegan a saludarlo con sus ojos nublados poe nubes grises y sus sonrisas huecas. Alguien se le acerca, le habla al oído y Teo se desploma sobre la cancha de tierra ardiente. Fue un golpe fuerte ¡falta! Alguien se tiró en plancha contra su corazón. Teo llora una vez más.

Sale derrotado de este partido. Con la mirada contra el suelo, atendiendo sin mirar los últimos saludos del club de los marginados. Teo llegó –con la camisa oliendo a sol – hasta la moto donde lo espera su padre, y estalla en llanto:

-Papi, mataron a John “Cosquilla”. Le dispararon a la cabeza anoche, en una pelea, dentro de un billar en el mercado –

Teófilo Gutiérrez Castro, se baja de la moto y abraza a su hijo. Le habla en el oído. Seca las lágrimas de sus mejillas y lo invita de regreso a casa. Padre e hijo, rodeados por un grupo de espectadores debajo un almendro milenario, de hojas  de colores opacados por el polvorín,  traspiran aplastados por una densa nube de calor. Era  una mañana de julio del 2006. No había soplo de brisa en toda Barranquilla.

Hoy catorce años después Teófilo Gutiérrez, el papá del “Pibe de La Chinita”, recuerda quién era John “Cosquilla”:

-Era John Jairo Soto. Un gran amigo de Teo y de nuestra  familia. Ese muchacho conoció a Teófilo -de niño- cuando me acompañaba a trabajar en el mercado. Desde que lo vio se encariñó con mi pelao. John tenía las manos finas para vaciar bolsillos ajenos. Vivía del descuido de los demás; era un “cosquillero”. Vestía bien, hablaba bien y todos lo querían a pesar de su peligroso estilo de vida. Fue uno de los que vaticinó que mi hijo sería una estrella del futbol. Quería mucho a Teo y, cada vez que podía le traía regalos. Le regalaba guayos para que jugara cómodo, le traía frutas. Fue él quien lo bautizó “El Pibe de La Chinita”. Fue una de las muertes que marcó a mi hijo –  

Freddy Echeverría, un portentoso mediocampista surgido en la cancha de Simón Bolívar, sabe lo que significaba Teo para John “Cosquilla”.

-John –de joven- era un diez clásico. Era un buen futbolista, pero lo aplastó la crudeza de su entorno social, se desvío y terminó jugando para equipos equivocados-

Y remata:

-John “Cosquilla” amaba a Teo. Era un hombre que soñó de niño con ser futbolista y se identificó con ese pequeño silencioso de quince años que madrugaba a ayudar a su padre a cargar bultos en el mercado. Admiraba a Teo y le daba –humildemente- lo que podía porque se veía reflejado en él. John aconsejaba a Teo y lo estimulaba a ser el mejor, a ser disciplinado –

Ya entonces, a tan corta edad, Teo se debatía en dos competencias diferentes:

De los encuentros en las canchas de futbol profesional, suele salir victorioso. Es un crack capaz de hechizar las multitudes con la genialidad de su juego, enfrentar adversidades y pelear por el partido perfecto. Tiene un carácter especial para organizar a sus hombres en el terreno de juego.

LA CHINITA: DONDE TODO EMPEZÓ

En las canchas de la vida juega en silencio.

Juega sin el acompañamiento de la prensa, busca a los jugadores que se quedaron atrapados en la maraña de las drogas y el crimen y, los invita a intentar un partido diferente, un partido en el que siempre serán vencedores.

Teófilo Gutiérrez, el papá, recuerda entonces:

-Llegamos al barrio La Chinita en 1984. Llegué con mi señora Cristina Janeth Roncancio Polo y seis de mis hijos. Un año después nació Teófilo.  Atravesábamos una difícil situación económica. Yo era futbolista, estaba jugando en las inferiores del Junior y trabajaba en el mercado del pescado. Era cotero. Llegué a un barrio acorralado por el desempleo, la desigualdad, el problema de las ventas de drogas alucinógenas y la inseguridad. Era un barrio difícil, pero allí Dios me dio una oportunidad. No me gusta que digan que La Chinita es un barrio pobre. Tuve una vida corta como futbolista, una lesión de rodilla me hizo retirar de las canchas, pero no del futbol, porque siempre tuve seguro que mi hijo Teófilo, iba a seguir mis pasos –

El Teófilo padre de hoy es un hombre que exhala satisfacción por los poros de su cuerpo. Permanece siempre rodeado de personas que le expresan admiración. Viste bien, responde las preguntas con amabilidad y frases inteligentes.

-Cuando Teófilo era un niño lo preparamos para el futbol. Hicimos énfasis –en esa educación- para que tomara el futbol, no como un pasatiempo sino como una profesión. Y mi hijo aprendió a ser un buen futbolista, pero sobre todo aprendió a ser una gran persona, en medio de una inseguridad espantosa en La Chinita y los barrios vecinos. La etapa más crítica se dio con el surgimiento de las pandillas. Los jóvenes se armaron y comenzó una guerra abierta que regó las calles de sangre y dolor. Nuestra principal herramienta siempre fue la palabra de Dios reforzada con valores de hogar, que llevaron a mis hijos a separar lo bueno de lo malo – relata con orgullo.

Estudios de seguridad de la Barranquilla de entonces reseñan que los traficantes de droga le dieron poderosas armas de fuego a esas pandillas –que para entonces se enfrentaban con trompadas, patadas, piedras y machetes- y comenzaron una guerra a plomo y explosivos que dejó más de un centenar de muertos en poco menos de seis años.

En el barrio La Chinita surgió la pandilla “La Patrulla 15”, nombre tomado de un vistoso grupo merenguero. La conformaban jóvenes –la mayoría adolescentes- a los que el microtráfico permitió acceder a zapatos deportivos importados y ropa de moda. En el vecino barrio La Luz nació la organización “Los Malembe”, con un nombre tomado de un famoso picó que reunía romerías de jovencitos desocupados y seguidores de la música africana.

Desde que se desató la guerra los muertos caían de bando a bando. Los diarios reseñaban –en promedio- cuatro crímenes por día, atribuidos a esa confrontación. Los pandilleros –buscando asegurarse- limitaron la movilización de los vecinos. Ni la policía pasaba por esas calles. En esas calles, creció Teo.

Las pandillas trazaron fronteras  imaginarias. A lo largo de la calle 15, separaron La Chinita y La Luz, desde el caño de la Auyama hasta la 17.

Un puñado de niños talentosos del barrio La Chinita, entre ellos Teo, obtuvieron la primera licencia para atravesar sin temores la calle 15 y llegar al barrio La Luz, a hacer magia con un balón. Teo, vivía en La Chinita, pero – desde los siete años- iba a jugar futbol a la cancha “La Mona”, del barrio La Luz. Su primer entrenador fue Franklin Ramírez y su primer equipo “Independiente Frami”. Con Frami, los vecinos podían reunirse a olvidar las balaceras y los muertos mientras terminaran los partidos.

Teo repartía su tiempo en actividades que lo absorbían: estudiaba en el Calixto Álvarez del barrio Las Nieves. Asistía a estudios bíblicos –de la mano de su madre- y ayudaba de manera decidida y permanente a su abuela Aura Castro Vélez, en una fritanga que funcionaba en la casa donde ella vivía.

Teo y su abuela Aura Castro

Para entonces doña Aura era el principal soporte maternal, moral y doctrinario para el pequeño Teo. Doña Aura, instalaba una mesa para vender fritos en la terraza de la casa y Teo permanecía con ella asistiéndola en el pesado trabajo. Esa dulce anciana, con corazón de oro y temple de hierro, era la fans número uno del “Pibe de La Chinita”.

-De ella Teo asimiló los consejos que lo fortalecieron como persona. Fue ella quien lo enseñó a ser bueno con todos y estricto con él mismo en lo moral, a trabajar primero para ser gente. Él le debe todo a ella- aseguró Teófilo padre.

Así, Teófilo creció con la fortaleza que le infringieron sus padres, el carácter por haber crecido en un barrio peligroso y físicamente estructurado por el trabajo muscular en la molienda de maíz de su abuela.

EL OJO DE WILLIAM KNIGTH

Tres años después, un domingo cualquiera, apareció –entre el tumulto de gente que rodeaba la cancha “La Mona”, una gacela negra con forma de hombre. Tenía los ojos enormes, bigotes poblados que se le bajaban hasta la barbilla y un afro perfectamente redondeados. Era un ídolo que había llegado de lejos a hacer historia en Barranquilla y decidió quedarse en La Arenosa. Dicen que cuando jugaba sus piernas se electrizaban y brindaba un juego alegre que todos admiraron. Cuando llegó a La Luz era el entrenador de las inferiores del Junior de Barranquilla. Su nombre: William Knigth.

El talentoso William Knigth al lado del Didí Valderrama

Se le vio caminar a lo largo y ancho de la cancha. Se quedaba ratos  entre los vecinos –estático como un retrato- mirando a los pequeños magos de la cancha. Compró un boli de mango en la tienda de la esquina y lo degustó sin apartar sus ojos de los niños.

-Entonces corrió buscando al padre de Teo. Lo halló con los brazos cruzados contra el pecho, entre varios líderes del barrio  y le preguntó en tono alto “¿ese es el pelao del que me hablaste?” cuando Teo asintió, Knigth aseguró en tono alto…”ese pelao es diferente y puede llegar lejos. Llévamelo allá”. Todos en la cancha aplaudieron- recuerda ahora Teo, padre.

Entonces comenzó un movimiento histórico:

-Mucha, pero mucha gente colaboraba para que el pelao fuera puntualmente a las prácticas. Eso es lo bello del barrio La Chinita. Cuando el ejemplo es bueno la gente lo reconoce y colaboran. Los malos son muy pocos y duele que nos conozcan por los malos – precisa ahora Teófilo Gutiérrez Castro.

Cuando Teo subió a la categoría B del Junior, aún imberbe, despertó en él un sentimiento que afianzó sus raíces en el barrio.

Su padre lo vivió emocionado:

-Se le dio por rescatar a los pelaos. Visitarlos, invitarlos a jugar futbol sin balón. Sacarlos de los malos pasos, llevarlos a la Iglesia. Mire señor William, mi hijo muchas, pero muchas veces, me decía papi llévame al Ferri –yo tenía una moto-  llévame a Primero de Mayo, llévame a Las Ferias, llévame a La Luz, sectores en donde él sabía que se estaban perdiendo los pelaos, para sacarlos de ese mundo y llevarlos por el buen camino. Muchas veces lo hizo y cumplió su misión. Pero muchas otras veces lloró cuando los pelaos se quedaron y tomaron los caminos equivocados –

Teófilo en sus inicios con el Barranquilla F.C.

Para entonces Teófilo Gutiérrez – lograba el dinero para transportarse al club-  vendiendo a sus compañeros  las deliciosas frituras que hacía su abuela. 

-Teófilo llegaba sudado, con un morral en las espaldas. Llevaba arepas, empanadas, carimañolas y agua de maíz que hacía su abuela. Era una delicia que ponía a correr a los jugadores. Cuando las prácticas terminaban todos rodeaban a Teo para comprar los fritos- rememora su padre.

Para finales del año 2005, Teófilo estaba a poco de ser ascendido al equipo grande de sus amores. Era cuestión de tiempo.

Junior había sido campeón un año antes, con una camada de jugadores criollos. Teófilo, practicando en la A, estaba a punto de saltar a las canchas.

Entre tanto, seguía con su apostolado de visitar los barrios, buscando amigos que sacar de la oscuridad. Lloró muchas veces al saber que la muerte le ganaba algunas partidas. Dicen los amigos de Teo, que sintió en lo más profundo de su corazón los crímenes de jóvenes que eran promesas del futbol, como Jair Toro, Jeremy García y Fabio Ríos Rodríguez, un talentoso volante 10 de La Chinita.

En esas andaba Teo cuando sufrió una de las derrotas que más impactó su vida:

-Darwin Araujo Suarez, el futbolista más brillante que Barranquilla haya parido en los últimos años, venía haciendo una brillante carrera paralela a la de Teo, siendo un año menor que mi hijo. Era delantero, zurdo, de poderosa pegada a larga distancia con las dos piernas. Grande, inteligente para jugar. Hacía recordar a Ronaldo. Teófilo lo admiró desde que lo vio actuar en la cancha. Los dos saltaron al equipo grande al mismo tiempo- admite el padre de Teo.

Así fue. Teo nunca ocultó su admiración por Darwin Araujo. Cuando lo tenía cerca se le acercaba, le acariciaba la pierna izquierda y le decía, para que otros escucharan: “Todo lo que le pido a Dios es que me dé una pierna como esta. Eso es lo que necesito Dios mío”.

En 1985, Norberto Peluffo llega a la dirección técnica del Junior y pregunta al serbio Peter Kosanovic –para entonces preparador de las inferiores- por un delantero juvenil:

-Tengo dos. Tengo a dos maravillas. Tengo a Teófilo Gutiérrez Roncancio y a Darwin Araujo Suárez, un zurdo genial. Debes mirarlos a ver que te parecen – informó Kosanovic.

Se concertó un partido y Peluffo quedó impresionado con los dos. Pero sólo necesitaba un delantero y organizó una reunión con Arturo Char, Ernesto Herrera, Carlos Ricardo, el papá de Darwin (Rafael Araujo) y el padre de Teófilo, para definir quien se quedaba en la A. El otro, debía descender.

-Agradezco mucho a Peluffo por haber escogido a Darwin. A Teo lo regresó al Barranquilla. A mi hijo le faltaba madurar mucho más para llegar al equipo grande. Ese descenso le sirvió para fortalecerlo y luego –más tarde- regresó perfectamente armado para triunfar- precisa satisfecho el padre de Teo.

LA MUERTE SIEMPRE RONDA

Darwin nació y creció en el barrio El Ferry. Tenía profundo apego por su gente y venía de una familia disfuncional que lo llevó a entregarse más a sus amigos que al fútbol. Darwin, ponía primero a su entorno de barriada que frente cualquier responsabilidad profesional.

En los semilleros del Junior trabajaba –se manera silenciosa pero metódica- un valioso hacedor de talentos identificado como David Pinillos Muñoz, el asistente de Norberto Peluffo. Pinillo había jugado en el Junior profesional y estaba entregado a la formación de los nuevos pinos del club. Este muchacho fue testigo de quien fue Darwin Araujo Suárez.

Darwin Araújo en acción: una estrella malograda.

-Destilaba talento por sudor. Era un delantero letal. Pero era díscolo, distraído, indisciplinado y poco entregado a las prácticas. Se volaba de las concentraciones, no asistía a las charlas, pero respondía en la cancha. Kosanovic se propuso recuperarlo a cualquier costo y comenzó a intentar sacarlo de su entorno, pero las estrategias no funcionaron-

A escondidas de los directivos, Peter Kosanovic, Othón Alberto Dacunha, Horacio Orozco –sicólogo del club- David Pinillos  asistente del técnico y hasta el conductor del bus del equipo, Alfonso Lobelo, hicieron un grupo para tratar de rescatar al evasivo y talentoso futbolista.

-Ese muchacho estaba llamado a jugar en Europa- precisa David Pinillos.

-Metíamos el bus hasta allá. Un sector al que nadie entra, ni la Policía. Se le conoce como “Las Placas” y lo sacábamos de las parrandas. Desde que estaba en el Barranquilla y había partidos en Cartagena, Santa Marta, o Valledupar, acordábamos con él y lo esperábamos a la entrada del puente. Muchas veces no llegó y nos fue desencantando- Recuerda ahora Peter Kosanovic.

El proceso para recuperar a Araujo llegó tan lejos, que Peluffo autorizó para que Peter Kosanovic recibiera el sueldo de Darwin. Kosanovic le pidió a Othón Alberto Dacunha para que lo repartiera de manera responsable entre la esposa del jugador, su madre y administrara lo que le correspondía a él.   

-Se habían presentado reclamos por parte de la esposa. Entonces yo recibía el dinero, citaba a la suegra, a la mamá y a Darwin y repartía equitativamente. El resto del dinero lo dividía y le iba pagando semanalmente por las prácticas. Solo para obligarlo a ir. Un día hasta lo pusieron a vivir con los demás jugadores del equipo grande en un conjunto residencial al norte de la ciudad, pero el pelao se voló. Así estuvo un tiempo hasta que le negamos un permiso para ir a un quinceañero y se fue…- recuerda el serbio Kosanovic.

Entonces subió Teo al equipo de la A.

Teófilo Gutiérrez, el padre, agrega:

-Mi hijo hacia sus propios esfuerzos por sacar a Darwin de ese entorno que le hacía daño. Muchas veces lo llevé en la moto hasta “Las Placas”. Teo se bajaba, entraba y yo los veía hablando con Darwin, a quien Teo trataba de convencer. Teo lo invitaba a intentar dar una oportunidad al futbol, le explicaba que debía valorar su enorme talento. El pelao decía que sí, pero fallaba –

Por algún tiempo Teo viajó a países lejanos a llevar la magia de su futbol y allá también lloró. Ya siendo estrella de un equipo argentino, se enteró que uno de los jugadores favoritos de su barrio, había sido asesinado. Era una estrella que siempre jugó en un buen equipo. Desde los veinte años se había vinculado a la Policía.

-En noviembre del 2012 le mataron en un atentado de la guerrilla a Dorling Javier Campo Márquez, un amigo del barrio que se había hecho policía y estaba trabajando en Nariño. Esa muerte le dolió mucho a Teo. Teo le hizo un homenaje dedicando un gol que hizo en una semifinal en Argentina- recuerda Teófilo el viejo.

El primero de julio del 2016, Teófilo recibe otro golpe en su corazón. Doña Aura Castro, su abuela, su confidente y soporte personal, muere después de entregar setenta años de su amor a toda la familia. Teófilo jugaba en Argentina y estaba de gira por Portugal. Días antes, había escrito en sus redes sociales el profundo amor que lo unía a doña Aura.

Finalmente el 3 de abril del 2019, sucedió.

Darwin Araujo Suárez, se dio de cara con la muerte en una esquina cualquiera de su barrio.

Dicen quienes presenciaron ese triste episodio que Darwin intentó mostrar su clase con un arma en la mano, pero, su asesino fue más hábil.  Murió en su ley, con un fierro en su mano izquierda.

Expiró cerca a la cancha en donde había mostrado hasta el cansancio su talento. Teo confesaría después que la noticia le perforó el corazón y lloró a su esquivo amigo en silencio.

Del lado de adentro de la frontera a Darwin lo lloraron a rabiar. Decenas de jugadores frustrados le rindieron tributo a su esquiva estrella bajo el mismo sol ardiente. Apretujado dentro de un ataúd caoba, Darwin recorrió en andas las calles que conocieron su virtuoso juego. Regresó a la cancha de Simón Bolívar, pero dentro del estrecho espacio de su ataúd. Esta vez, no pudo lograr una sola sonrisa entre tanto dolor…

Sus amigos, con las manos atadas, los rostros desdibujados por el llanto y los corazones achicharrados, le rindieron mil y un homenajes entre ruidosas canciones, licor y promesas indescifrables.

Un día después  Teo llamó a su padre y le dijo que preparara la camioneta… “Me llevas el jueves a la cancha de Simón Bolívar…”

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