Por ANUAR SAAD
Creo que estamos muy viejos para decirnos mentiras. Para usar diplomacia por conveniencia; para esforzarnos de ser “socialmente correctos” o, peor, poner a prueba toda esa facultad de hipocresía que los seres humanos (porque los animales, por fortuna, no lo son) podemos llegar a tener. Posamos de tolerantes, incluyentes y respetuosos, cuando, en realidad, demostramos hasta la saciedad de que, en política, somos todo lo contrario.
Las polémicas que se han desatado en las últimas semanas por cuenta de ataques racistas para descalificar a Francia Márquez, fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro, es solo la punta del Iceberg. Como si se nos olvidara que este país sepultó en el cuarto de San Alejo a Juan José Nieto único presidente negro que ha tenido Colombia en toda su historia. Y lo que es peor: lo “pintaron de blanco”: el cuadro lo habían mandado a París a ‘blanquearlo’, para “borrar la vergüenza de haber tenido a un presidente negro”.
Sobre este hecho, del que aún poco se conoce en Colombia, la cadena BBC de Londres en un informe especial de 2018, señaló que “…Durante décadas, el afrodescendiente Nieto no llegó a tener un cuadro con su retrato en la galería presidencial de la Casa de Nariño y su rostro está ausente en muchos de los libros de historia y láminas educativas con la colección de jefes de Estado.
«Lo borraron de la historia», dicen los expertos, quienes añaden que es una muestra del «racismo que persiste en Colombia«.
Solo días antes de dejar el cargo de presidente de la República, Juan Manuel Santos develó un cuadro del afrodescendiente presidente Nieto e impartió órdenes para que el retrato fuera colocado junto al resto de los otros cuadros de los mandatarios colombianos a lo largo de la historia, como un muy retardado acto de reivindicación.
No se entiende como en un país como el nuestro, con abundante población afrodescendiente; de mestizos por naturaleza; en vez de ser tolerantes e incluyentes, se opte por la ofensa racial como recurso (imbécil, además) de confrontación. Las confrontaciones en la arena política; académica; deportiva; laboral de toda índole, deben remitirse al plano de la discusión argumental. Jamás a la agresión física o a la degradación del otro solo porque es diferente en raza, color, preferencias sexuales o religión.
Lo mismo que está sufriendo Francia Márquez –agredida con saña, entre otros, por la cantante pasada de moda Marbelle—lo sufrió Miguel Polo Polo en su aspiración de llegar a la cámara de representantes. Los insultos que hacían alusión a su color o a su preferencia sexual, llovieron en las redes. Poco se pudo leer de argumentos reales en contra de su postura política.
Y es curioso –por decir lo menos—que en medio de estas manifestaciones de racismo, cinco candidatos a la vicepresidencia de Colombia, sean de raza negra, lo que en realidad es una buena noticia. Lea aquí: Estos son los candidatos afrodescendientes a la vicepresidencia. ¿Pero los candidatos presidenciales los escogieron por convicción o por conveniencia? ¿Sí están convencidos de verdad que en un país como el nuestro es necesario reivindicar a las minorías? Quiero pensar que es así.
Lo peor es que nos estamos acostumbrando al circo político de los agravios personales; a los insultos inclementes; a las acusaciones sin argumentos y llenas de falsedad; a la estrategia malsana y rastrera de promover mis preferencias electorales o posicionarme como candidato, a costa de ofender al otro.
Y vienen en todas las direcciones: de la derecha a la izquierda; de la izquierda a la derecha; del centro a la ultraderecha…en fin. Es una especie de “dale que te vienen dando” en el que los medios, permisivos, publican sin ninguna clase de filtros porque son noticias que acaparan lectores. Lea aquí: Las palabrotas marcan tendencia en las campañas políticas
Estamos lejos de tener en nuestro país debates electorales civilizados; marcados por la discusión de ideas; por la formulación de propuestas; por plantear o debatir programas de gobierno. Somos los mismos trogloditas que durante años, hemos jugado sucio: con reprochables comparaciones que hacen alusión al color de la persona porque en plena segunda década del siglo 21, todavía no somos capaces de debatir sin ofender ni de vender nuestras ideas, sin agredir con virulencia al otro.
Y sigue funcionando como estrategia, gracias a las redes sociales que, por cuenta de su mal uso, terminan siendo una cloaca global donde se viralizan las más degradantes acciones. Y esto se sigue dando porque, por desgracia, lo negativo en redes atrae más al público que las cosas buenas porque somos morbosos por naturaleza.
Ya lo decía el crítico y académico Omar Rincón cuando afirmaba que somos proclives a la pornomiseria, es decir, a exponer nuestros pesares, nuestros defectos, nuestras miserias, a través de los medios”.
En esta cadena de odios –a los que los políticos también le hacen juego—aparecen los que tienen aspiraciones de influencer: son los quepara ellos el fin justifica los medios y a los que, con tal de conseguir cinco minutos de fama, replican mensajes que exacerban las emociones.
Es hora de acabar las agresiones. De terminar para siempre con ataques bajos, rastreros y humillantes. Es hora de pedir, como en el fútbol, ¡juego limpio!
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