20 de octubre de 2025

Colombia, el talento sin brújula y Marruecos, el proyecto que aprendió a ganar

Mientras Colombia sigue siendo protagonista sin títulos, Marruecos se consolida como potencia futbolística gracias a una planificación estructural y una visión de largo plazo. Dos modelos, dos filosofías, y una lección clara: el talento no basta sin proyecto.

Por ANUAR SAAD

Colombia es, desde hace décadas, el eterno protagonista del “casi”. El país del fútbol bonito, de las jugadas mágicas y del talento que deslumbra, pero también del equipo que se queda siempre a diez centavos para el peso.

Un seleccionado que emociona, que ilusiona, pero que rara vez concreta y que se termina conformando con un desgastado y ridículo “gracias guerreros», que es la radiografía de un país que se conforma con muy poco.

No podemos negar que Colombia tiene jugadores de élite, así como una hinchada fervorosa y una herencia futbolera rica en talento. Pero carece de lo que separa a los animadores de los campeones: estructura, planificación y continuidad.

Cada cuatro años se empieza de nuevo, cada técnico inventa su propio libreto y cada generación se apaga sin relevo real. No hay un modelo país de fútbol, solo destellos individuales.

Las divisiones menores son débiles, los clubes rara vez invierten en formación a largo plazo y la Federación vive más pendiente de apagar incendios que de construir futuro. El resultado: una selección que emociona con su talento natural, pero que se desdibuja frente a rivales que compiten con ciencia, método y disciplina.

Colombia enseña a jugar, pero no siempre enseña a competir. Y esa diferencia, que parece sutil, es abismal.

Marruecos: el ejemplo de que el éxito se planifica

El fenómeno marroquí no es casual. Es el fruto de una política de Estado que entendió el fútbol como herramienta de desarrollo y orgullo nacional.

En 2019, el país inauguró el Centro Nacional Mohamed VI, un complejo deportivo de primer nivel comparable con los mejores del mundo. Allí no solo se entrena, también se educa. Desde los 12 años, los jóvenes talentos aprenden una misma filosofía de juego, una misma ética de trabajo, una misma forma de entender el fútbol.

Pero Marruecos no se limitó a la infraestructura. Supo integrar a su diáspora europea, aprovechando a los hijos de migrantes nacidos en Francia, Bélgica u Holanda, que hoy visten con orgullo la camiseta rojiverde. Achraf Hakimi, Hakim Ziyech o Mazraoui no son excepciones, son el resultado de una política inteligente que amplió la noción de identidad.

Además, la Federación marroquí definió un modelo técnico único: desde la sub-15 hasta la absoluta, todos los equipos juegan con una misma idea, con una misma exigencia. No improvisan, no dependen de un entrenador de turno. Trabajan como sistema, no como inspiración.

El resultado está a la vista: ganó la Copa Africana de Naciones, tres Campeonatos Africanos de Naciones y una Copa Árabe de la FIFA. Fue semifinalista del Mundial 2022 (quedó de cuarto), campeón africano sub-17, presencia en mundiales femeninos y masculinos, y una reputación en ascenso que corroboró con su reciente título de campeón mundial sub-20.

Marruecos no juega por casualidad: compite con método porque entendió que el talento sin estructura se pierde. Colombia, en cambio, sigue creyendo que los cracks nacen solos y que la camiseta pesa más que los proyectos.

El cambio que no llega

El fútbol colombiano necesita más que una buena generación. Necesita una visión de país futbolero, con ligas menores fuertes, centros de alto rendimiento, entrenadores formados y un plan de trabajo que no dependa de un resultado o de una eliminatoria.

El talento, por sí solo, no basta. Marruecos lo probó: el éxito no es un accidente, es una consecuencia.

Y mientras ellos celebran semifinales y títulos juveniles, nosotros seguimos lamentando el “casi”.
Colombia no tiene que envidiar el talento de nadie. Pero sí debería imitar la planificación y la cultura del alto rendimiento que Marruecos construyó con paciencia y visión. Colombia, por su parte, debe pasar del romanticismo futbolero a la ingeniería deportiva. Y eso, como Marruecos enseña, se logra planificando, no improvisando.

Porque el día que dejemos de jugar con el corazón y empecemos a pensar con la cabeza, quizás, por fin, los diez centavos que siempre faltan terminen de completar el peso.

*Este artículo se escribió con ayuda de datos y cifras de la IA.

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