Las drogas no son solo drogas: una crónica sobre las esquinas de Barranquilla como punto de intercambio y consumo de psicoactivos
Por Ricardo Herrera y Marlin Wosat*
¿Y qué hora es?- preguntó mirando a su alrededor como si ya supiese diferenciar el horario gracias a la puesta del sol que parecía adornar el entorno.
– Las 4:20- respondimos al mirar el reloj.
– “Makia”- exclamó al sacar de uno de sus bolsillos un encendedor, prendió fuego y una nube de humo le tapó el rostro mientras sostenía entre sus dedos un porro recién hecho. Tenía los ojos tan rojos que parecía haber llorado insaciablemente y trató en vano de regresarlos a su color natural con unas gotas que venden a peso en cualquier farmacia. Tiene los labios oscuros, casi morados, como si les faltara el oxígeno. Ojeroso, pálido y delgado, un muerto en vida cuya identidad permanece en el anonimato.
-Fácilmente les pudo decir que me llamo Juan, Luis o José. ¡Ey, papi, qué!- se interrumpió para saludar alzando la cabeza a un joven que pasaba. – pero prefiero que no lo sepan. ¡Ajá! ¿Qué quieren saber?
Así comenzó todo, en una esquina, inmersos en las miradas penetrantes de los vecinos y un par de murmullos. Unos cinco minutos antes del encuentro, el movimiento empezaba a notarse entre cuadra y cuadra, pero no era la hora de la merienda. Mientras los niños del sector disputaban un partido de fútbol, tal como cada tarde con la liga infantil, y los abuelos salían a sus terrazas a «coger fresco», acompañados por una taza de tinto, el lugar y la hora eran propicios para que el consumo y microtráfico de drogas hicieran de las suyas.
Las drogas, dos palabras que abarcan un universo de posibilidades, además del viaje astral al cielo y al infierno que experimentan aquellos aventureros que se adentran en este camino lleno de riqueza o pobreza, diversión o enfermedad, cárcel o muerte. Por eso, ¡aleluya! gritan aquellos que regresan de este mundo en que las drogas no solo son drogas, la sombra del inframundo camina tras ellas, y las esquinas no son solo el encuentro de una calle con otra.
Pero ¿Qué tanto puede pasar en un pedazo de calle que forma un ángulo exacto? Más que el vaivén de los clientes de la tienda de la cuadra y el pasar a media tarde de la que todos conocen como la prostituta del barrio, los piropos y silbidos que la persiguen, y el borracho entre dormido tirado en la acera, solo basta prestar atención, pero con un cauteloso disimulo, para ser testigos de los intercambios entre los “pasadores”, de las humaradas verdes de “yerba” y aquellos que en sus narices conservan restos del “polvo de las estrellas”.
Perdidos en las miles de esquinas que conforman la ciudad, los caminos nos condujeron a uno de los barrios populares de Barranquilla: La ciudadela 20 de Julio, un sitio representativo desde que surgió en los 80´s, hogar de muchas “ollas” y guardián del secreto a voces del microtráfico. Ante lo que para muchos puede ser semejante escándalo, los vecinos viven bajo su propia “normalidad”: mira y hazte el loco.
Estando allí, en una pequeña y humilde casa de fachada desgastada, a plena luz y vista popular, sus habitantes, los llamados “coles”, van de un lugar a otro inhalando y fumando lo que sea, a la hora que sea: “talco” o “cocacola”, “azul” o “rosada”, amando tanto a “Mari” como a “Juana”, y aunque su hija “Juanita” se quedó chiquita, ellos siguen en su “onda” aquí o en la “china”.
Con el seudónimo de «Alex», aquel hombre nos recibió, sin antes dejar de advertir que: -Mani, yo no quiero tener más problemas con la policía porque yo no soy ningún bandido, de vez en cuando le meto a eso.- dijo y marcó su territorio. A lo que agregó: – Yo no vendo nada, y si lo hiciera, tampoco se los diría.
Sin embargo, como sectores hay tantos y esquinas miles, al otro lado de la ciudad, otra historia se contaba. Ciudadela 20 de Julio y Bajo Valle, dos barrios tan diferentes que terminan siendo iguales sobre el mismo panorama. Allí, alias “K”, con dos de sus tres décadas sumergido en el vicio, “parchea” en el parquecito del barrio, en toda la esquina de la 70, con los labios igual de morados, pero de contextura gruesa, piel oscura y ojos profundos, haciendo juego con su voz ronca y gruesa.
Aunque con un poco de desconfianza, se confesó: – Ahora estaba fumando. Lo hago para estar relajado. Si fuese metido “perico” no fuese venido aquí.- El amor a su madre y el que la muerte le pisara los talones un par de veces, lo han llevado a estar sano alguna que otra vez, pero basta con que una “lea” le pique el ojo y luego lo deje botado para volver al hueco. Producto de armas corto punzantes, en su rostro conserva las cicatrices de su pasado, las que acompañan sus poros de la piel, que a simple vista lucen abiertos, efecto del cannabis, y aquellas que marcaron su vida para siempre cuya profundidad llega al alma.
-En las esquinas no encuentras eso- dijo refiriéndose a la venta de psicoactivos, a lo que aclaró: -Es más, el lugar de encuentro con los amigos o el “jíbaro”.
-¿El Jíbaro?
-Sí. El Jíbaro. Es el que le trae a uno la bareta, o lo que uno le pida.
Las miradas de reojo en Bajo Valle abundan, aquellas que caminan con paso lento y un cigarrillo en la oreja por las calles sin asfalto que rodean la principal. Tal como si se atravesara un portal a otra dimensión, todo parece normal hasta bajar la loma del barrio e ingresar a uno de sus callejones: pobreza extrema y niños a pie descalzo.
EL DATO:
El Centro Teoterapeutico, es un centro de rehabilitación anti drogas que durante su última administración, hace aproximadamente tres años, fue utilizado como fachada de expendio de drogas. Hoy con una nueva organización, a partir de los conocimientos teológicos y religiosos, se dedican a rehabilitar a los consumidores de la zona, para que regresen a la vida productiva y al reencuentro con la sociedad desde lo espiritual.
Más allá de andar “trabáo” y fumarse un porrito de vez en cuando, porque aquí nadie ha dicho que eso sea sinónimo de pecado o delito, los intereses internos que se mueven en el mundo de las drogas van a una escala mayor. Y es que según un estudio de Planeación Nacional, en el país crece el consumo de psicoactivos, un negocio que manejan estructuras criminales menores que remplazaron a los carteles. -Un porro no solo es un porro.- Pero, ¿por qué?
Mientras que el “pupi y el coleto” humean de la misma forma, las bandas de los Costeños y el Clan del Golfo se disputan el microtráfico en Barranquilla, generando una guerra por el control territorial con miles de millones de pesos de por medio que no le hacen justicia al reclutamiento de jóvenes, desplazamientos, muertes y la inexistencia de paz en la ciudad permeada del silencio de quienes han jurado ante Dios y la Patria protegernos.
Tanto “Alex” como “K”, son solo un pequeño eslabón en esta gran cadena oxidada, quienes en sus momentos de lucidez y sobriedad, son conscientes de que lo que hacen no está bien, pero no dejan de ser “gente real, que sangra si les disparas”, tal como Residente lo diría entre los versos de una canción.
Las drogas son una realidad, al igual que el hecho de que a todos nos llega el día final. Y es que, cualquiera sea su color, en pastilla, polvo o intravenosa en un inyector; sea en la esquina o a escondidas, en el Norte y en el Sur, con los ojos colorados y los labios quemados, en La Ciudadela y en Bajo Valle, el microtráfico está en la calle.
Glosario de Jergas
Azul: Tranquilizantes/ sedante
Bareta: Cannabis
China: Heroína
Cocacola, Perico: Cocaína
Coles/ Coletos: persona de mala apariencia, generalmente consumidor de psicoactivos.
Juana, Juanita, Mari, Yerba: Marihuana.
Lea: mujer o novia.
Makia: algo que está bien, da una connotación positiva a algún elemento.
Mani: amigo, compañero.
Ollas: centros de expendio de drogas.
Onda: Intoxicado/ drogado, estado que se caracteriza por un estado mental poco lúcido, luego de haber consumido algún psicoactivo.
Parchear: Pasar el rato.
Pasadores: Transportador de droga
Polvo de las estrellas/ Talco: un kilo de cocaína.
Porro: cigarro relleno de cannabis (Marihuana).
Rosada: éxtasis.
*Ricardo Herrera y Marlin Wosat son estudiantes de la asignatura de Crónica en el programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe.
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