16 de abril de 2024

Pinar del Río: la miseria llama dos veces

Marginación y el desamparo acompañan a un nutrido grupo de personas que persisten en sobrevivir allí a pesar de estar sumidos en la pobreza y el abandono.

Por Liskar González y Judys González*, Especial para Hora en Punto

Hace años el primero que llegó al sitio y del que hoy dicen ser «su fundador» observó un espacio de tierra en las cercanías de Juan Mina, en el Atlántico, a pocos minutos de Barranquilla, que solo tenía unos cuantos árboles marchitos y plagas de hormigas y arácnidos que ponían en riesgo su salud y la de sus acompañantes, quienes también buscaban con desespero un lugar para vivir. Sin embargo, desde ese entonces, ubicaron casitas de tablas con techos de zinc que apenas podían cubrirlos, y desde entonces han permanecido ahí hasta estos momentos.

Con el tiempo, comenzaron a llegar al lugar decenas de desplazados, víctimas de la violencia en Colombia provenientes de diversos lugares; unos del Valle del Cauca, otros del Chocó y Antioquia. De hecho, en los últimos años, muchas familias venezolanas que llegan de su país con la esperanza de un mejor futuro terminan asentándose aquí, en la vía que conduce a Juan Mina muy cerca de Barranquilla y adyacente a un barrio popular conocido como Villas de San Pablo, que tuvo hace unos meses particular relevancia por ser cercano al sitio donde «cayó» un supuesto «meteorito» que revolucionó las redes sociales.

Las aguas sucias son la causa de las infecciones en los niños

La miseria en lo que después se llamó»Pinar del Río» es evidente: los niños descalzos corren todo el día a pesar de tener en sus cuerpos las marcas de brotes, picaduras y costras que parásitos e insectos les han dejado. Pero es gracias a su inocencia que a pesar de la desgracia se les nota felices ya que parecen no ser conscientes de las necesidades que se encuentran pasando. Son decenas de familias las que aquí viven, de manera ilegal, en terrenos ajenos, y con el temor de que en cualquier momento sean desalojados de esa tierra que se ha convertido en su hogar.

-¡Salte de esa agua sucia… mira cómo tienes las piernas llenas de granos!

Ese grito fue lo primero que escuchamos al llegar a la invasión que está ubicada en el barrio Pinar del Río, en Barranquilla. El olvido por parte del Estado lo reflejan aquellas aguas negras estancadas -por el hecho de no contar con alcantarillado- basuras acumuladas (han existido ocasiones en el que duran más de dos semanas en la entrada, regadas en la hierba seca), casas fabricadas con maderas y plásticos, y no solo eso, también carecen de fluido eléctrico, razón por la cual muchos de ellos suelen enfermarse  por    las    picaduras    de insectos.

Solo cinco pasos más tarde bastaron para darnos cuenta que los niños, bajo el inclemente sol, buscan la manera de conseguir unas cuantas monedas, gracias a la recolección de botellas y venta de alambres.

Estos mismos niños que deberían estar en una escuela, sosteniendo un cuaderno y un lápiz, aprendiendo de biología, geografía o historia, se encuentran empujando una carretilla cargada de botellas o cualquier otra cosa de valor, y es así, como aprenden a sumar, restar, multiplicar y hasta dividir: haciendo negocios.

– “No nos sentimos felices. Estamos aquí por pura necesidad: ya están viendo cómo está nuestro hijo”.- Estas fueron las palabras de Diana Epiayú, en la entrada de la puerta de su casa mientras tocaba el cuello de la camisa de la selección Colombia que llevaba puesta, haciendo visible su inseguridad en cada palabra que pronunciaba. Contaba lo que es vivir entre tanta necesidad. Mientras que su pequeño hijo, el menor de tres hermanos, jugaba con un aparato electrónico para olvidar por un momento la comezón que siente permanentemente en sus piernas, producto de una infección en su piel ocasionada por la suciedad de las aguas alojadas alrededor de su hogar.

El trabajo infantil es una de las problemáticas del lugar

En medio de la algarabía de muchos niños jugando apagaban las palabras de Diana. Ella explica que el bullicio es de los vecinos que a diario se reunían en el salón comunal, donde llegaban entes políticos a mirar sus condiciones, entregar regalos en campañas electorales y a prometer cambios que lastimosamente nunca se cumplen.

Allá afuera, once niños que correteaban por el piso rojo y opaco. Fue allí donde conocimos a Emma, una niña que con solo mirarla hace sonreír al alma. S enormes ojos son brillantes y en cada respuesta, mantiene siempre una gran sonrisa. También estaba Dainer, quien sueña con ser futbolista. Su sonrisa pícara e inocente nunca desapareció de su rostro.- “Me siento bien, porque toditos jugamos…” Esas fueron sus palabras, que, aunque pocas, dijeron todo.

En medio de su inocencia se siente feliz. Le gusta el hogar donde vive; corre, juega, ríe y se siente libre. No va a la escuela y, en cambio, emplea todo el tiempo jugando futbol.

Dainer, a su corta edad, ha tenido que pasar momentos difíciles junto a su familia. Fueron desplazados de su lugar de origen y desde entonces, Brisas del Río es su hogar. Al igual que él, todos aquí tienen una historia por contar, unas más tristes que otras. Los adultos sienten y lamentan sus condiciones, pero los más pequeños parecen sortear con felicidad las carencias que los agobian.

Dainer sueña con ser futbolista

A pesar de sus condiciones de vida, todos aquí son muy unidos y la solidaridad es el valor que más se ve entre ellos. Más que vecinos, se consideran una gran familia y se apoyan entre sí. Si alguien un día no tiene para comer, una mano se extiende y le da un poco, de lo poco que tiene. Es aquí donde entendemos esa frase que muchas veces hemos escuchado: el que menos tiene, es el que más da.

Helena, quien al sonreír se le achinan los ojos, es una de las más antiguas de la invasión lo que explica el por qué es la líder en el lugar. Desde que llegamos nos acompañó a recorrer cada espacio y en el camino nos contaba cada una de las anécdotas que han enfrentado. Recuerda que en tiempos de pandemia eran dependientes de los mercados que entregaban, era lo que los alimentaba, sin embargo, algunos tuvieron que salir a trabajar para poder subsistir.

Hablamos con ella fuera de su casa de madera, pintada de verde, que es muy pequeña, pero acogedora.

“Siempre vienen y dicen que van a arreglar, que nos van a ayudar, que nos van a regalar alimentos y entre nosotros nos toca hacer las cosas por nosotros mismos.”

Helena es desplazada, natal del Pacífico colombiano pero adoptada por la Costa Atlántica y reconoce la fortaleza que tiene al haber tenido que vivir tantas experiencias amargas en su juventud, pero hoy, esos mismos tragos amargos, son lo que la mantienen cada día más fuerte.

Helena, líder de la invasión Brisas del Río

Cuando sonríe, sus dientes blancos relucen; y en sus ojos, se ve la tranquilidad que hoy su corazón siente. Pero en medio de todo, también siente miedo. Ese miedo que de vez en cuando aparece y llena su mente de pensamientos negativos. Helena teme que un día, de la nada, lleguen a desalojarla del lugar que siente como suyo, donde ha vivido la mitad de su vida; y donde deposita la esperanza de que este lugar crecerá, se desarrollará y será un barrio legalmente habitado por ella y sus vecinos.

*Liskar González y Judys González son estudiantes de la asignatura de Crónica del programa de Comunicación Social de la Universidad Autónoma del Caribe.

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