
POR ANUAR SAAD
Alguien dijo una vez en la redacción de El Heraldo, medio en serio y medio en broma, que de los mejores reporteros que tenía el periódico en aquella época era Pedro Acosta, el mismo Pedro Acosta que murió en la mañana del miércoles a sus 95 años y con quien compartimos inolvidables momentos en El Heraldo.
Lo insólito de la afirmación, es que Pedro “aguacate» Acosta no era periodista. Ni siquiera había ejercido el oficio de manera empírica. Pedro Acosta no estaba en la nómina de redactores del diario, sino en la de los conductores.
Era el que todos nos peleábamos para que nos transportara. Y lo hacíamos, porque mientras estábamos montados ahí, comentando lo que íbamos a cubrir, Pedro Acosta tenía datos insospechados del hecho, o por lo menos, creía tenerlos y te los contaba en un lenguaje en el que no solo se trastocaban las palabras, sino la realidad.
Durante toda su vida se preció de ser gran amigo del nobel Gabriel García Márquez, quien un dia, en plena sala de redacción de El Heraldo le diría a todos: “Este viejo sinvergüenza sabe cosas de mi vida y yo de la de él. Pero ninguno de los dos diremos nada jamas».
Cuando llegaba a una escena del crimen acompañando a los reporteros, Pedro parecía un veterano redactor judicial. Y a veces, también, un atento periodista ciudadano ya que se preciaba de conocer la problemática de la ciudad y el departamento: siempre traía un hecho, cierto o no, que por lo descabellado parecía interesante
Pero Pedro era dueño de una sagacidad avezada que terminaba, a veces, dando pistas a los que iban a cubrir una historia, aunque su mejor cubrimiento “periodístico» era alertarnos sobre el genio de Olguita Emiliani a quien recogía en su casa para llevarla al diario. Un solo gesto de Pedro, era suficiente para saber si la fiera subdirectora estaba de malas pulgas.
“Aguacate», el apodo que lo acompañó hasta su muerte y del que nadie sabe a ciencia cierta por qué le decían así, salió una vez a transportar a un periodista y a un reportero gráfico hacia una localidad del Atlántico para hacer un cubrimiento.

«De repente, el carro se detiene sobre un puente», me contaría «Capeto» Sourdis, quien pasó por la redacción de El Heraldo en el doble rol de redactor y de fotógrafo. -Él se me quedó mirando como el abuelo que mira al nieto con reprobación y después de unos instantes me dijo:
– ¿Aja y no vas a tomar la foto? ¿O es que acaso quieres que yo te la tome? -Me volvía a decir y yo, presuroso, empecé a disparar ráfagas con mí cámara.

– «Huevoncito, ¿no vas a tomar la foto?». Y yo: «¿qué foto? Entonces me explicaba que el arroyo que pasaba bajo el puente donde se había detenido estaba seco, en una época del año en que debería estar fluyendo el agua. Entonces me decía: «La noticia es que los terratenientes se están robando el agua»:
Otro recuerdo imborrable del gran Pedro Acosta fue en la época de las elecciones presidenciales de 1994. Corrían los últimos meses de 1993 y ya Ernesto Samper Pizano había salido victorioso de la consulta interna que había hecho el liberalismo para escoger candidato.
A eso de las diez de la mañana el director del periódico, Juan B. Fernández, se asomó por la puerta entreabierta de su despacho mirando el panorama a la derecha y a la izquierda de la redacción.
Para mi era imposible no verlo ya que la oficina quedaba justo frente a la de él. Así que cuando levanté la mirada, mis ojos se encontraron con los del director que de inmediato me hizo su típica seña para que entrara a su despacho.
-Ajá cómo va la cosa, cómo va la cosa…- me preguntó mientras cerraba la puerta tras él.
-Todo bajo control, director- le respondí.
-Acuérdate que a las 11 es la rueda de prensa de Ernesto Samper…- me dijo con bastante énfasis.
De vuelta a mi oficina me acordé que ese día, no estaba el editor político y ya todos los redactores estaban trabajando las previsiones del día en sus respectivas fuentes que tenían que cubrir.
Entonces le comuniqué al Director que yo iría al evento.
-Apenas llegues me cuentas- me dijo y se volvió a encerrar en su despacho.
Empecé a editar con celeridad las secciones de ese día para adelantar trabajo cosa que el tiempo me rindiera antes de salir volando para la rueda de prensa.
Faltaban 20 minutos para las once. Abordé a Pedro Acosta, y junto con Libardo Cano, el fotógrafo, emprendimos la marcha a la rueda de prensa.
-¿A dónde es que vamos? – preguntó Acosta.
-A lo de Samper- respondí
-¿Aja y a dónde es eso?- volvió a preguntar.
-En el Club Campestre-
¿Estás seguro?- Me inquirió aún desconfiado.
-Arranca no joda- le dije por respuesta.
Tomamos rumbo al otro extremo de la ciudad y llegamos puntuales gracias a las diestras maniobras de Pedro Acosta. Lo extraño, es que no se veía ningún movimiento. No había guardaespaldas, ni periodistas, ni ninguna disposición especial por parte de la administración del club.
El guardia de la entrada no tenía idea. Nos sugirió preguntar en la recepción. Hasta ahí llegamos a indagar.
-¿La rueda de prensa de Samper? – Me dijo con ‘cara de yo no sé’ la encargada.
En ese momento entendí que había metido la pata. No había confirmado a donde iba a ser al fin la rueda de prensa y ahora, a punta de radio teléfono, trataba de comunicarme con la redacción para que alguien me confirmara el lugar.
¡Carajo! Y ya Pedro Acosta me había advertido que si estaba seguro de que ese era el sitio y no le hice caso.
En eso se pasaron más de quince minutos. «Es en el Hotel del Prado» me dijo alguien y partimos para allá como alma que lleva el diablo.
Cuando llegamos todo estaba consumado: el candidato presidencial ya salía del Hotel rodeado por algunos periodistas y sus guardaespaldas presurosos trataban de meterlo dentro del vehículo blindado. Estaba a dos minutos de ser, por lo menos, suspendido. ¿Qué carajo le iba a decir al director? ¿Qué me equivoqué en el sitio del evento? Definitivamente estaba muerto.
Justo en el momento en que Samper iba a entrar al automóvil, Pedro Acosta se acercó al carro del candidato y antes de que este entrara le gritó a todo pulmón: -¡Doctor Samper! – hizo una pausa dramática y prosiguió: -¡Juan B Fernández Renowitzky necesita decirle algo!
El candidato volteó y miró sorprendido a Acosta y después a mi.
-Doctor Samper, le dije acercándome, vengo de parte del doctor Fernandez- le mentí.
Samper siguiendo el juego de Pedro Acosta. El político hizo una seña al conductor y a sus escoltas. Con su mano me indicó que me acercara.
– ¿Por qué no te vienes conmigo en el carro y vamos hablando? – me dijo.
Le hice seña al fotógrafo quien ya había capturado algunas imágenes del aspirante a la presidencia.
Ya dentro del carro, el hombre me preguntó; -Entonces ¿qué es lo que quiere Juan B.?
-La verdad candidato, que lo único que quiere es que cubra la noticia. Y llegué tarde y no sabía cómo hacer para que no se fuera…
Ernesto Samper me miró muy serio y después empezó a reír.
-Pues te funcionó- me dijo. No solo me contó lo que había dicho en la rueda de prensa, sino muchas anécdotas más. «Cuando empecé en la política le dije a Alfonso López que lo malo de esto era que había gente que adhería a nuestras campañas que no eran de mí agrado. Y entonces López me dijo: «En la política, como en una discoteca oscura, te toca bailar con la pareja que no te gusta».
– ¿Y a usted le gustan las adherencias que ha tenido a su campaña?
-No. Pero entonces me acuerdo de las discotecas…
Al final Samper sería el presidente. Ese mismo que pasaría cuatro años tratando de explicar que sí entraron dineros del narcotráfico a su campaña, fue a sus espaldas.
Seguramente, la discoteca estaba bien oscura.
Al dia siguiente, al llegar a la redacción, me encontré en la entrada con Pedro Acosta quien, mientras mordía un sandwich, me hacía un guiño de complicidad.
Y ahí se quedaba, recostado al muro de la desgracia (que en ese entonces dividía la redacción) esperando el último 9-01 que Manuel Perez le alertará o la gran historia que cualquiera tendría que cubrir. No estaba de más preguntarle antes: Pedro Acosta siempre sabía…
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