El expresidente demócrata acusa a su sucesor de estar dispuesto a desmantelar la democracia para ganar en noviembre
Las reglas no escritas de la democracia estadounidense dicen que un expresidente no interfiere en el trabajo de su sucesor. No tercia en sus políticas. No le critica. Una tradición que Barack Obama había cumplido en gran medida recurriendo a los sobreentendidos en las contadas ocasiones en las que ha hablado de Donald Trump. Pero esa dinámica voló anoche por los aires. Obama hizo una impugnación en toda regla del republicano, acusándole de tratar la presidencia como «un reality show» para colmar su ego y advirtiendo de que está dispuesto a desmantelar la democracia para preservarse en el poder. Su intervención fue el plato fuerte de una noche en que Kamala Harris aceptó la nominación a la vicepresidencia y los demócratas descargaron toda su artillería pesada.
La tercera jornada de la Convención fue sin duda la más vibrante e incisiva. Dos horas de alto voltaje emocional. Transpiró de los inmigrantes que relataron el drama de sus familiares deportados por unas políticas que fueron muy duras con Obama y han pasado a ser simplemente crueles con Trump. De las mujeres maltratadas que describieron a Joe Biden como uno de sus aliados más antiguos en el Capitolio, a pesar de los claroscuros que guarda de su currículum. O de los jovencísimos activistas que reclamaron acciones urgentes para salvar al planeta del cambio climático y a Estados Unidos de la violencia armada.
Entre todos ayudaron a dar forma a la agenda de unos demócratas que parecen empeñados en hacer de estas elecciones poco más que un referéndum sobre Trump. Al tiempo que reducen la candidatura de Biden a la empatía que derrocha. «A Biden le importas», decía el periodista de la CNN, Jake Tapper, para resumir el que ha sido hasta ahora el mensaje de la Convención. No está claro que les vaya a bastar para ganar en noviembre, pero si la estrategia acaba funcionado Obama ayudó a darle mucho peso. Con su vicepresidente al frente, este sigue siendo su partido, donde ejerce de brújula moral, con permiso de Bernie Sanders, que en realidad ha sido independiente toda su vida.
SOS del expresidente
Y Obama hizo anoche sonar las alarmas, tras reconocer inicialmente que pensó que la Casa Blanca cambiaría aunque fuera un poco a Trump. «No lo hizo. No ha mostrado ningún interés en el trabajo, por buscar el entendimiento o por usar el inmenso poder del cargo para nada más que ayudarse a sí mismo y a sus amigos». Las consecuencias, dijo, son 170.00 muertos por el coronavirus y millones de empleos perdidos. «Ha desatado nuestros peores impulsos, ha socavado nuestra orgullosa reputación en el mundo y ha puesto en peligro a nuestras instituciones democráticas como nunca antes». Para dar fuerza a sus palabras, habló desde el Museo de la Revolución en Filadelfia y, como nunca antes había hecho, mandó un SOS taxativo. «Van a acabar con nuestra democracia si eso es lo que necesitan para ganar» en noviembre, dijo refiriéndose a Trump y sus aliados republicanos que, entre otras cosas, están haciendo lo posible para que la gente no pueda votar por correo en plena pandemia.
Pero la noche también sirvió para constatar que los demócratas podrían estar cayendo en el mismo error que contribuyó decisivamente a la derrota de Hillary Clinton hace cuatro años: el abuso de las políticas identitarias. O lo que es lo mismo, poner casi exclusivamente el foco en la defensa de la igualdad de género, racial y sexual, con apelaciones constantes a las inequidades que sufren los negros, los latinos, las mujeres o el colectivo LGTBI. No hay duda que son sus bases, pero se están olvidando del trabajador blanco que decidirá las elecciones en Wisconsin, Pensilvania u Ohio y que vive en un mundo extraordinariamente precario y decrépito. Solo Sanders y Trump les hablan a ellos.
Ni siquiera Elisabeth Warren aprovechó la oportunidad para hacer del partido de Biden el partido de los trabajadores y del combate contra una desigualdad económica que ha hecho que los tres hombres más ricos del país acumulen más riqueza que el 50% más pobre de la población. Tampoco Hillary, que dedicó su discurso a decir básicamente ‘ya os lo había advertido’ y pedir al electorado que esta vez salga a votar. «Pase lo que pase. Voten como si nuestras vidas y sustento estuvieran en juego, porque lo están», dijo la exsecretaria de Estado.
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