
Una leyenda sobre espectros y entes de la ultratumba. Un castillo del cual se han plagado historias fantasmales que se narran de generación en generación. Conozca los secretos que encerraba esta edificación abandonada.
Por Laura Caraballo, Danna Castro y Luis Eduardo Castañeda.
Cuando, por las noches, se pasa a pie, en automóvil o en bus por el barrio La Alboraya, es inevitable no mirar con curiosidad la antigua estructura. Ella está ubicada en medio del Instituto Distrital Castillo de la Alboraya, el cual ha dado origen a varios mitos y leyendas que hablan sobre experiencias del más allá. Con el paso de los años, el castillo, sombrío y abandonado, es el tema de conversación de los vecinos del lugar que lo miran con recelo.
El reloj había marcado las doce de la noche y el lugar estaba sumido en una calma inusual. La noche seguía siendo fresca y una brisa soplaba con fuerza, por lo que el crujir de las ventanas se escuchaba con intensidad. Un grito, tan desgarrador como si tuviese una herida profunda, que ocupó firmemente el silencio, se extendió como llamas en esa penumbra. El grito de auxilio parecía provenir de una mujer que pedía desesperadamente ayuda ante un peligro inesperado.
Martín, un anciano canoso que vigila el colegio, escuchó el ruido y se persignó con firmeza antes de caminar hacia el lugar donde provenía el grito desgarrador.

Rezando un salmo de compañía, entró a la casa, que estaba llena de energía negativa y contaminada por un aire pesado. El eco del desgarrador grito que lo atrajo a ese lugar había desaparecido, pero de alguna manera sintió que algo lo miraba y exigía su presencia. Cuando rozó la pintura seca y manchada, una vibración le recorrió por su brazo derecho. Nervioso y preso del pánico, miró hacia las escaleras, que estaban llenas de telarañas y con restos de tejas oxidadas que caían del techo. Una mujer vestida de blanco le devolvió la mirada con los ojos llenos de dolor y en una angustia inexplicable. Martín, que había sido guardia durante 40 años, huyó con un terror creciente que le inundó el pecho.
Historias como la de Martín, abundan en el sector: ruidos extraños, gritos desgarradores; apariciones misteriosas; lamentos y sucesos inexplicables, rodean a lo que antes fuera una magnífica construcción que engalanaba el lugar. Y es que la vieja mansión, un edificio que ahora está corroído por el tiempo y la humedad, luce abandonado y espeluznante.
Como dicen los vecinos de la zona, es más que un castillo, es también un símbolo de la comunidad que lleva el mismo nombre del barrio: La Alboraya. Junto con las modernas instalaciones del Instituto Educativo Distrital, el edificio actual está casi escondido detrás de los muros de hormigón de la escuela. Los oscuros mitos e historias esparcidas por Barranquilla aún impregnan la memoria de los turistas que aseguran haber sentido la presencia de un ente oscuro y lúgubre.
Nadie acertaba de donde venía y, mucho menos quien lo había construido. La incertidumbre de saber que pasaba en ese lugar, aterraba a los vecinos del barrio y a los sectores aledaños. Historias van y vienen, desde los españoles en la época de la inquisición hasta de un español que hacia pacto con el diablo. Ariel Martelo, un moderador de 49 años, relata que esos tiempos las calles de barrio eran el epicentro de la esclavitud. “Los españoles cogían a los esclavos y los maltrataban y dicen que muchas de esas almas aún están en pena.

Elvira Sarmiento, rectora desde el 2008 del colegio la Alboraya revela que un señor de apellido Borrás casado con una barranquillera, adquirieron la hacienda.
Según cuenta la leyenda, el dueño de la propiedad, un despótico y despiadado hombre, el cual siempre se le veía con un caballo negro que parecía estar cubierto de sangre gozaba intimidando a la gente.
EL DATO
La Alboraya es un pequeño barrio aledaño a otros un poco más grande como La Magdalena, La Victoria y La Unión. El castillo es el buque insignia de la comarca, rodeado de misticismo y horror, generado por cientos de leyendas difundidas por vecinos de la zona. El castillo que otrora era una imponente mansión hoy luce corroída por el tiempo y la humedad, abandonada y espeluznante. Más que un castillo, es una insignia del barrio que lleva el mismo nombre: La Alboraya.
Mitos, leyendas o realidad, lo cierto es que los vecinos del sector comentan casi en susurros que entre la una y las tres de la mañana, se producen fenómenos sobrenaturales o fantasmales cerca del castillo; al oír a un caballo corriendo a toda velocidad, entrando a los cuartos o como si estuviera bebiendo agua. Es el pan de cada día para los residentes del barrio.
“Cuando niño, en la calle, se escuchaba eso, que se escucha el galope de un caballo; se dice que era por tiempos. Uno siempre estaba temeroso”, dice Ariel Martelo.

La “vecinita” una moradora del barrio de 80 años de edad, comenta que, desde pequeña, su madre y su abuela le tenían miedo al canto de la lechuza en vuelo y justo a la media noche. “Cuando pasaba esto, todos salían despavoridos a coger la camándula y atrancábamos la puerta para rezar” dice, “Una noche de viernes, se celebraba una fiesta por el matrimonio de los Urquijo y la temida lechuza cantó. Por la algarabía del festejo no oyeron el canto de la lechuza; y al día siguiente, en la noche del domingo, se velaban los cadáveres de los esposos”, termina de comentar la “vecinita” como es conocida María Burgos quien jura y perjura que aquello que relata es verdad.
Borrás no solo se le conocía por el abuso a sus trabajadores a quienes tenía esclavizados, sino que, incluso, la leyenda cuenta que existía «un pacto con el diablo». Bajo de su hacienda construyó túneles de contrabando que estaban destinados para encerrar y encadenar a algunos jóvenes en los calabozos. “Había supuestamente cinco túneles. Uno conducía a la calle murillo, otros llegaban hasta la calle 30, otro se dirigía hacia la Victoria y otro para el lado de Buenos Aires”.

De los mitos y leyendas rurales que datan desde la época prehispánica, “La llorona” es una de las más populares y pintoresca. En el castillo, según la leyenda popular, salía esta señora en las madrugadas y su llanto, desgarrador despertaba a los alborayeros. Juancho Iglesias, presidente de la acción comunal del barrio, cuenta que se le veía sentarse en los bordes de los pozos que estaban dentro del castillo. “Se dice que uno de los vecinos la vio de cerca y con su cara enjuta y pálida, con los ojos encharcados de sangre, llorando a gritos por sus hijos”.
El celador Martin, explica que muchos compañeros de vigilia no soportan los extraños fenómenos del lugar y siempre lo dejan solo. “Una vez vi a una mujer vestida de blanco que se paseaba por todo el patio trasero”, y agregó que “empecé a subir las escaleras, fue impactante, pero como celador tenía que mantenerme en mi sitio”

Martín Martelo, el guardia del Castillo La Alboraya, también es vecino de la comunidad, donde viven muchos estudiantes de la institución. A pesar de los miedos, mitos y rumores, la gente de esta zona residencial está tranquila y alegre, orgullosa y satisfecha con su vida y su hogar. Aunque, cuando el edificio no estaba protegido por los muros de la escuela, los vecinos de la Alboraya lo visitaban con mayor frecuencia en busca de rumores desconocidos.
El castillo de la Alboraya, es famoso en toda Barranquilla. Pero más allá de los mitos y las descabelladas leyendas que lo rodean, lo cierto es que sus vecinos sufren por el abandono en el que se encuentra. “Por acá nos han venido a prometer que lo van a reconstruir, que van a construir una biblioteca, pero no hay nada. Hemos estado esperando”, explica Margot Redondo, una de las moderadoras del barrio que dice que el derruido castillo afea el sector y es foco de inseguridad.
* Laura Caraballo, Danna Castro y Luis Eduardo Castañeda, son estudiantes de la asignatura del programa de Comunicación Social de la Uniautóma del Caribe
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