
Por Stefany López, Andrea Figueroa y Juan Berdugo*

Se reúnen en los semáforos. Son de diversas edades y nacionalidades, pero con una cosa en común: detrás de cada uno de ellos, hay historias de necesidades, sufrimiento y supervivencia que contar.
Ya sea bajo las fuertes lluvias o a un sol abrasador, Wilfrido de 17 años y Angello de 16, dos primos que vienen de Cabimas, Venezuela y residen en el municipio de Soledad hace ya 2 años, tienen su cita bajo la sombra del semáforo. Ellos y sus familias salieron de su ciudad por la escasez de alimentos en el vecino país con la esperanza de que en Colombia tuvieran las oportunidades que allá no iban a tener.
Viven acompañados de la mamá de Angello, un primo con su esposa y sus 3 niños. Angello y Wilfrido limpian vidrios en el semáforo de la carrera 53 diagonal al centro comercial Buena Vista. En un buen día ambos se hacen 40 mil pesos, pero hay jornadas en las que no llegan ni a los cinco mil.
Cada día es una lucha. La “comunidad del semáforo” puede ser agresiva. Y ellos, los que aún son “nuevos” en el oficio y niños aún, suelen ser perseguidos por otros, adultos, que también se rebuscan en el mismo sitio y al ver que ellos han tenido una buena ganancia quieren arrebatarles lo que consiguieron en todo el día.

Juntos a otros jóvenes han tenido la suerte de que no les piden comisiones por trabajar en las esquinas, ya que muchos se han visto obligados por personas que llevan más de 5 años esos lugares a darles cierto porcentaje de sus ganancias para permitirles trabajar en dichos lugares y, cuando no pagan, los amenazan o les quitan los implementos de trabajo y no se los devuelven hasta que paguen.
No todos son de Venezuela. Muchos barranquilleros lo hacen debido a su situación económica como es el caso de Yerson Andrés Salas un joven de 23 años que vive en el barrio La Pradera en el suroccidente de Barranquilla.
A raíz de un accidente en moto tuvo que someterse a 5 cirugías en la pierna izquierda haciendo que perdiera un trabajo en una obra. Con un arriendo que pagar y junto a su esposa y una bebé de 2 meses de nacida, no tuvo más opción que buscar una botella plástica, llenarla de agua con jabón junto con un limpiavidrios y ubicarse en el semáforo que está en la esquina de la calle 98 con carrera 51B.
Muchas veces su esposa lo ayuda limpiando los vidrios de los carros para ganarse la plata del arriendo y del alimento de su hija. Yerson suele conseguir 35 mil pesos cada día y ese dinero lo divide en comida y en arriendo, hay días donde tiene que responder por sus abuelos y hermanos ya que, ellos a veces no tienen que comer.
Pamela Rolón una joven barranquillera de 20 años vive en el barrio Las Nieves, vende dulces en el semáforo que está enfrente del centro comercial Viva, este es su método de ganar dinero ya que, su mamá tiene cáncer de hueso y sus hermanos no ayudan teniendo mejor situación que Pamela.
Los 20 o 30 mil pesos que recoge, los hace rendir en 2 comidas ya que, para ella sería un lujo hacer 3 comidas teniendo que guardar dinero para los medicamentos, los dulces que venderá, pasajes o alguna emergencia que surja. Con apenas 20 años tiene 2 niños y desde las 7:30 se pone a vender dulces caminando con un cartel que dice: “Hola bendiciones, me puedes colaborar para comprarle los medicamentos a mi madre que tiene cáncer de hueso” a la expectativa de qué transeúnte le colabora con una moneda o que carro baja la ventanilla para comprarle un dulce.

Ahorra de 500 en 500 porque quiere estudiar enfermería pese a la situación en la que vive ella dice que quiere cambiar su vida, para que sus hijos que aún están pequeños no quieren que pasen por lo que ella está pasando, todos los días Pamela reza para que su mamá pueda mejorar o se le dé el milagro de conseguir un trabajo que pueda darle lo necesario para comprarle los medicamentos a la mamá y poder salir de deudas que tiene y cada día crecen porque no tiene forma de pagar puntual.
Como Yerson, Pamela, Wilfrido y Angello que son jóvenes que buscan la forma de ganar dinero para ayudar en su casa y tener un mejor vivir, hay cientos de personas en las calles de Barranquilla vendiendo dulces o limpiando vidrios.

Hay muchas historias sin escuchar en los semáforos necesitadas de una voz que las divulgue ya que, siendo escuchadas, pueden cambiar el final de cada una de ellas, pueden ser transformadas de una manera gratificante para ellos.
Los semáforos son una forma de salir de esa depresión económica, una manera de ganar dinero para ayudar en el hogar; son lugares donde pueden salir adelante pagarse medicamentos, comida y arriendo. Son esquinas que se han visto invadidas por ganas de superación, de personas que desean sobrevivir y ser alguien.
Los semáforos no son solamente dispositivos de señalización ubicados en intersecciones viales que sirven para regular el tráfico: es el lugar donde, además, confluyen centenares de historias de vida donde personas como José Pinto un barranquillero de 45 años de edad que vive por el parque Almendra y que tiene más de 20 años en los semáforos que están alrededor del Hotel del Prado, guarda moneda tras moneda y anécdota tras anécdota, con la misma fe que todos los demás que madrugan para empezar su día en la comunidad del semáforo. Tal vez mañana, será un mejor día.
*Estudiantes de Comunicación Social de la Uniautónoma del Caribe
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