10 de octubre de 2024

Entre vivos y muertos de una necrópolis universal

En la búsqueda de los misterios y secretos de un camposanto: una crónica sobre el cementerio Universal de Barranquilla

POR RICARDO HERRERA Y MARLIN WOSAT*

Durante una mañana envuelta entre las espesas y oscuras nubes de octubre, una misión peculiar nos llevó a la entrada principal de uno de los patrimonios históricos más importantes de la ciudad: el Cementerio Universal de Barranquilla. Un nervioso sentimiento permeó la idea de escudriñar y caminar entre las múltiples tumbas, nichos y mausoleos.

El Covid-19 nos alejó de nuestros seres queridos, de quienes viven y de los que han dormido para siempre. De llevar flores al cementerio los domingos o los días cercanos al 2 de noviembre. Ante la prohibición de entrar al camposanto como Pedro por su casa, o bajo el perfil de dos periodistas en pañales, pero con la vocación de un veterano de guerra, encontramos la excusa perfecta: visitar a nuestros difuntos.

-Sean bienvenidos- fueron las palabras del joven vigilante con voz gruesa y mirada profunda, mientras abría la reja de metal tan rechinante como si de una película de terror se tratase. ¿Qué tan bienvenidos podíamos ser en el sacramental lugar? Ambos respiramos profundo al contemplar ante nosotros más de 150 años de secretos sepultados. Alejados de lo común, de la historia que todos cuentan, de las tumbas de los ilustres nacionales y extranjeros, aquellas de las familias famosas y adineradas, emprendimos una búsqueda hacia lo desconocido.

Caminar por el camposanto despierta, más allá de los cinco sentidos, el ser, el espíritu, las fibras de alma y la fragilidad de la piel; sin embargo, esperando de algo que nos erizara hasta el último pelo del cuerpo, encontramos un profundo silencio que guardaba con recelo los misterios que esconde este antiguo cementerio. Develarlos significó una odisea, pero fue entonces, en el vacío de ese silencio donde encontramos más de lo que pudieron decir las palabras.

Mausoleo de la familia Santo Domingo

-Pregúntenle al señor de allá, ese sí sabe- dijo el único de tres sepultureros que se permitió hablarnos, mientras que evadían cualquier otra pregunta y se alejaban con prisa.  

-¡No mijitos! yo apenas entré hoy- mencionó quien después confesó tener unos diez años trabajando en el lugar. – El que sabía era el viejo José y ese ya se murió- añadió. Cada pregunta tenía las mismas repuestas: “No, aquí no pasa nada, solo hay sepelios y velorios todos los días”, “Soy nuevo trabajando aquí, no sé nada”, “Mm, no puedo contestar ahora”, eran solo algunas de las formas de esquivar una pequeña entrevista.

-Yo apenas tengo una semana aquí, no sé nada de este lugar… me han dicho que no diga nada que no sepa- dijo un jovencito uniformado de pantalón verde y camisa caqui, muy nervioso al darse cuenta de que casi cometía una imprudencia frente a quienes probablemente harían público lo que se le habían obligado a callar. Apenas pudimos notar que ya no estaba junto a nosotros y a pesar de que intentamos seguirle el rastro, ya era tarde. Ese último comentario nos dejó intranquilos. ¿Qué esconden? Pronto lo descubriríamos.

Con la esperanza de hallar un buen augurio, nos encontramos con un mal agüero. Un ave enorme, de plumaje oscuro como la noche y aspecto poco agradable. La muerte misma voló sobre nuestras cabezas; un golero o zamuro, como se le conoce a los buitres del nuevo mundo, el anunciante del día final. Con gran ímpetu reposaba sobre el que casualmente sería el único árbol árido, sin hojas, sin vida. Cual gárgola protectora mirando fijamente hacia al frente: una pared repleta de tumbas. No fue hasta que abrió sus alas y alzó vuelo cuando sentimos verdadero temor y no nos quedó más que apurar el paso y salir con presura de aquel pasillo.  

EL DATO

Hace más de 150 años el médico masón, Eusebio De la Hoz, tuvo la iniciativa de construir tres grandes obras sociales para Barranquilla: El Cementerio Universal, el Hospital General de Barranquilla y la Iglesia Nuestra Señora del Rosario. Para este fin fundó la Sociedad Hermanos de la Caridad, a la que pertenecieron influyentes personajes de la provincia en el siglo XIX.

Una ciudad de muertos, organizada en calles y carreras, fundada por los Hermanos de la Caridad, los masones, cuyos símbolos permanecen inscritos en varias lápidas. En ella solo nos quedaba observar, analizar, callar, y así poder escuchar a lo lejos el sollozante lamento de una madre que perdió a su hijo hace ya 12 años, pero su dolor persiste desde las entrañas de su vientre. -¡Ay, papito!- no dejaba de repetir mientras suspiraba con la mirada perdida.

Una de sus acompañantes, su sobrina, nos contó su historia y lo que sería el suceso fantasmal que tanto esperábamos conocer. Con aquella mujer vestida de luto, compartimos un estrecho bordillo de bajo de un frondoso árbol que bridaba una agradable sombra mientras reposábamos del extenuante calor que anunciaba la llegada de la lluvia. Escuchamos con atención y agradecimos al cielo por aquel ángel con buenos mensajes.

Fachada del cementerio

– A él lo mataron en servicio- empezó a decir. – Tenía solo 22 añitos cuando hubo un atentado en Nariño. Los primeros cuatro años ella vino sola casi todos los días- decía señalando a su tía con la mirada. –Le gustaba montarse en los árboles para bajar mangos, pero un día se le complicó la cosa porque no pudo bajarse. Allí fue donde apareció un hombre corpulento que llevaba un gran sombrero con el que nunca se dejó ver la cara. Él la ayudó a bajarse. En nuestras siguientes visitas no dejamos de preguntar por aquel señor, pero no nos dijeron nada, aquí nunca dicen nada- Terminó de decir con desánimo. ¿Quién sería el buen samaritano? La idea de que fuese un ser proveniente del más allá se dispersó cuando agregó: – ¡Ah! Mi tía es un paciente psiquiátrico.

Al continuar con nuestra búsqueda, dimos de pura casualidad con un panteón. Este en especial llama la atención, alejado de los mausoleos de mármol repletos de lujosos detalles: la tumba de Luchito, ‘el eterno niño milagroso’. “Gracias por los favores concedidos”, es una de las múltiples frases que la llenan de arriba abajo, sin dejar lugar para una placa o adorno más.

La tumba del famoso «Luchito»

Más allá de lo que muchos conocen sobre Luis Carlos Vergara, ‘Luchito’, el difunto más famoso del cementerio Universal, característico por su bondad durante la vida y después de la muerte, alrededor de tu tumba es curioso ver cómo algunas estatuas no cuentan con dedos, han sido mutiladas. Es un común denominador, no parece normal, no hay rastros de desgasto, parece obra del hombre, se nota que son cortados intencionalmente, pero ¿para qué?, ¿adornar? o ¿hacer una especie de ritual? Se van sumando las incógnitas sin respuesta.

Además de las estatuas, un carnaval de flores multicolores y aquellas que yacen ya marchitas, adornan las casas de la eternidad, donde todos los inscritos en el libro de la vida valen lo mismo. Creyentes y ateos, santos y demonios, todos en un mismo lugar: un cementerio. Muerte y dolor, muchos han de pensar. Vida eterna y esperanza, es el sentir de aquellos hombres y mujeres de fe. De alguna u otra forma, no deja de ser un lugar donde convergen energías de quienes descansan y sus dolientes vestidos de blanco y negro. Pero en este recinto se percibe paz, mucha paz, tanta que termina siendo inquietante junto con el ensordecedor ruido de las voces de los que han callado para siempre.

-¿Buscan algo, chicos? Escuché que son periodistas- dijo con una voz muy grave un hombre alto y moreno, de contextura gruesa. Llevaba el uniforme del lugar y le seguían dos de los muchos perros que encuentran entre las tumbas, un refugio. Pocas fueron las palabras que pudimos pronunciar frente a su presencia rodeada de un no sé qué perturbante. Se acercó con una actitud esquiva e indiferente, entendimos la señal: debíamos irnos y ser parte del silencio.

Es así como los misterios del cementerio Universal, aquellos por los que emprendimos una búsqueda insaciable, permanecen en la oscuridad. Secretos que deben mantenerse ocultos, enterrados bajo tierra, sepultados en el olvido, en el recuerdo de quienes lo vivieron y en el mutismo de los que duermen en la eternidad.

* RICARDO HERRERA Y MARLIN WOSAT son estudiantes de la asignatura de Crónica del Programa de Comunicación Social – Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe.

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