Por ANUAR SAAD
Barranquilla amaneció hoy con la voz ronca… y no era para menos. La ciudad vibró anoche como si el Estadio Metropolitano tuviera pulsaciones propias, como si cada latido de sus 45 mil gargantas empujara al Junior hacia una remontada que parecía escrita en el ADN de este club acostumbrado a sufrir… y a renacer.
Desde temprano, el ambiente era un hervidero: por donde uno se metiera se encontraba con camisetas rojiblancas en las esquinas, vendedores pregonando banderas, taxis adornados con cintas y un murmullo que se convirtió en clamor cuando el sol cayó sobre la ciudad: “Hoy gana Junior”.
Esa fe que solo en Barranquilla se entiende, esa mezcla de alegría, terquedad y esperanza que aquí se llama Junior del Alma.

Un golpe que dolió… pero no mató
Después de un primer tiempo vibrante y con opciones para cada bando, el América silenció al Metro con un gol que cayó como piedra en el pecho a los primeros minutos del segundo tiempo.. Por unos instantes, el rugido del Metro se hizo susurro. Pero este Junior tiene algo que no se negocia: coraje.
El equipo se recompuso empujado por la tribuna, que no dejó caer a nadie. Cada toque tenía la urgencia del que sabe que está jugando más que un partido: estaba defendiendo un sentimiento.
El equipo tiburón empezó a nadar contracorriente, a morder cada pelota, a disputar cada metro como si fuera el último. Se sentía la enjundia, esa rabia bonita que aparece cuando el orgullo está en juego.

Teo, el veterano que cambió la noche
Entonces, vino el movimiento que partió el partido en dos. Desde el banco, con calma de viejo zorro y brillo de ídolo eterno, Teófilo Gutiérrez entró a la cancha. Su presencia encendió algo que estaba dormido. De inmediato tocó, mandó, ordenó, gritó. Y el equipo lo reconoció como quien encuentra a su guía en medio del ruido.
El ritmo cambió. Junior respiró distinto. Teo, con esa claridad que nunca envejece, puso la pelota donde tenía que ir. Hizo jugar a los demás, abrió espacios, y de paso recordó por qué en Barranquilla su nombre no necesita presentación.
Y entonces vino el empate, ese momento en que la premonición que tenía Jermaine Peña, se hizo realidad con ese zapatazo que mandó el balón al fondo de la red americana, empatando el encuentro y haciendo explotar las 45 mil gargantas que jamás se cansaron de vitorear al tiburón.
El Metropolitano volvió a ser volcán. Junior tenía la sangre caliente, y América no lo pudo contener. La vieja y célebre frase de que “a Junior tienes que matarlo» se iba erigiendo otra vez como una verdad absoluta, y el América, por muchos momentos dominador del partido, empezó a sentirlo: Junior se había volcado sobre ellos buscando el triunfo.

El segundo gol fue la confirmación de que la épica es parte del libreto cuando este equipo decide creer. A solo ttes minutos del final, y en una jugada que nace de los pies del ídolo de La Chinita, Teofilo Gutierrez, y en medio de un borbollón en el área, desde el suelo la pierna milagrosa de Didier Muñoz empuja casi en cámara lenta esa pelota que se convierte en tres puntos que acercan más al Junior a la estrella once.
Una remontada con firma de valentía, corazón y una ciudad que empuja desde adentro.
Juniormanía: una fiebre que se tomó la ciudad
Anoche Barranquilla no fue la misma. Las calles revivieron la mística de otras épocas, esa alegría espontánea que hace que desconocidos se abracen, que los carros toquen corneta sin parar, que los barrios se tiñan de rojo y blanco. Era la Juniormanía en su máxima expresión: familias celebrando en las terrazas, niños con las caras pintadas, euforias compartidas.
La ciudad entera recuperó, por 90 minutos y un poco más, esa identidad festiva que solo aparece cuando el Junior despierta.
Lo que viene: un punto para llegar a la final
Después de la gesta en casa, el equipo tiburón viajará a Medellín para enfrentar al DIM. Un empate le basta para meterse en la gran final del fútbol colombiano. No será fácil, pero Junior llegará con la moral en el cielo, con la convicción intacta y con toda una ciudad respirándole por detrás.
Barranquilla ya está lista. Ayer no solo se ganó un partido: se recuperó la fe. Y cuando esta ciudad cree, cualquier cosa puede pasar.

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