Por Anuar Saad
Lo primero que ví fue sus Ferragamo marrones debajo de unos pantalones de paño inglés que me hizo pensar que al supermercado, había llegado alguien importante. Pero no. Solo era Petro. Subí la mirada y vi su su buzo Lacoste blanco, su suéter Ralph Lauren azul, sus lentes pasados de moda y ese peinado con el que siempre intenta, sin éxito, disimular su calvicie.
–Y có-mo me lesssss va hoyy– saludó partiendo las palabras y haciendo ese alargue disonante en las consonantes.
-Buen día dotor- le respondió el guardia quien no se atrevió a preguntarle que si su casita de interés social que aún estaba pagando iba a ser expropiada.
–Oigannn muchachosss sigannnnn y cuiden al candidato- dijo usando, como siempre, la tercera persona para referirse a él mismo.
Agarró uno de los carritos amarillos y, dando tumbos, trató de manejarlo con rumbo fijo, pero fue inútil: el bendito carro siempre tiraba hacia la izquierda y se alejaba cada vez más de la derecha.
Se dió cuenta, con terror, que todos los productos –ellos y ellas– habían subido de precio y estuvo tentado en tomarle una foto a un letrero que anunciaba un Blackfriday y mandársela a Francia Márquez para que posteara -así sea con sus frecuentes errores de ortografía- otro de sus rancios discursos sobre el racismo y el irrespeto a los mayores y a las mayoras.
Detuvo su impulso y vio que en el pasillo del frente, justo en el centro, estaba Cesar Gaviria poniendo huevos en diferentes canastas y lo escuchó murmurar (con ese oído afinado gracias a las noches en medio de la selva cuando hacía guardia en la guerrilla) que «había que ser precavido y nunca juntar todos los huevos en la misma canasta. Por si las moscas«.
Se alejó del expresidente llevando a timonazos salvajes (como manejó a Bogotá) el carrito de mercado seguido por una horda de guardaespaldas.
No es nada del otro mundo. Como usted y yo, Gustavo hace mercado. Y no compra lo que su esposa le anota en una lista pulcra y ordenada. Porque él, caótico, termina comprando, lo que le da la gana como aquellos camiones viejos, obsoletos e inservibles, con que pretendía recoger las basuras en Bogotá.
Cuando vio el precio de la carne le dijo a uno de sus guardaespaldas que tomara notas porque había que democratizar a las vacas y, cuado vio el precio de las papas, la yuca y los huevos, sintió que, de alguna manera, le estaban «democratizando» su billetera.
Miró con envidia unos aguacates grandes y brillantes que una señora llevaba en el carrito sobre el que había un afiche de «Fico Presidente» y con una destreza legendaria expropió los aguacates y los traspasó a su carrito de mercado. No pudo evitar la tentación de sacar un marcador rojo y pintarle bigotes a la imagen de Fico Gutiérrez y agregarle, además, una frase que lo autoincriminaba: «Petro el presidennnnte de Todosss y Tadassss.»
Pasó por la caja 6 y vio sorprendido que Francia Márquez, que se le había volado de Medellín, estaba ahí, hablando con una cajera morena, simpática y amable, a la que le decía que se liberara de las cadenas opresoras y, de paso, le preguntó que si había algún descuento para los que, como ella, estaban en el Sisbén.
Detrás de ella, Marbelle, la que tenía el mismo trajinado y devaluado collar de perlas, pasó tratando de no ser descubierta para evitar tener que negarle, otra vez, un autógrafo a la que aspiraba a la vicepresidencia del país.
Minutos después, Petro escuchó un revuelo a la salida del local y pensó que era Armandito –como siempre pasado de copas– o Roy, el camaleón, abucheado al intentar declamar una poesía. Pero no. El escándalo lo tenía un anciano flaco y desgarbado que se estaba robando cuatro caldos de gallina y una máquina de afeitar de las baratas y los guardias lo habían detenido a la salida del supermercado y lo sujetaban entre cuatro como si estuvieran apresando al Ñoño Elías.
-Jefe- le dijo uno de los guardaespaldas indignado – ¿No va a decirles nada a los guardias para que no le hagan nada a ese pobre hombre?
-No señorrrrrrr- No-so-trosss tenemossss que aca-bar con lossss co-rrupp-tossss- silabió, mientras contestaba una llamada de un tal Moreno al que el candidato le decía tranquilizador:
–Tranquilo, tranquilo, que el Presidente Petro te conseguirá el perdónnnn socialll. Pero espérate, que acá están capturannnndo a un peligroso delincuente.-
Un rato más tarde, se paró frente a la nevera en que exhibían todos los cortes de carne y, antojado, preguntó si tenían ubre.
– No señor, pero tenemos criadillas– le respondió un carnicero gordo y bajito que blandía un amenazante cuchillo en sus manos.
-Carajo, no hay ubre.- Se quejó Petro quien llamó por celular a Bolívar, su tocayo, para confirmarle que, en verdad, «sin tetas no hay paraíso«.
Una hora después, ya frente a la cajera, le preguntó antes de pasar sus artículos por la banda, que si conocía la «Colombia Humana».
La mujer, sin reconocerlo, le dijo que no le interesaban las películas de ciencia ficción y que el país era una mierda.
-¿Y el pacto histórico? – intentó Petro golpeado en su «pequeño» ego.
-Ah sí. Eso sí. Es el pacto que hicieron Argentina y Uruguay para eliminar a Colombia del mundial del 2006 y el que Perú y Colombia acordaron para clasificarse los dos al mundial del 2018.
Hizo una seña a sus guardaespaldas para que abandonaran el supermercado, dejando un reguero de artículos sobre la banda de la caja.
Ya en el vehículo blindado, sacó de su bolsillo un chocolate americano que había aparecido allí tan inexplicablemente como dineros en las bolsas negras, y le dió con ansia un mordisco glotón.
–Siempre lo he dicho- dijo para sí. Las mejores cosas son las que se consiguen gratisssss.
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