13 de octubre de 2024

Nomofobia: una cárcel común

Los jóvenes de hoy, a diferencia de años anteriores, ya no se enamoran con serenatas, sino con likes y emojis y se hablan a través de una pantalla. Cambiaron su forma de vivir, de darle sentido a la vida, de enamorarse. Esta es la historia de tres jóvenes que son arrastrados por el celular y las redes sociales y se han vuelto adictos a ellas.

Por: Nathalia Díaz , Nicole Navarro y Karina Larios*. Especial para HORA EN PUNTO

Dayana Villalobos se despertó entre la suave cobija que compartía con su madre. Había amanecido en la ciudad de Barranquilla y un leve calor ya entraba por las ventanas. La joven estudiante extendió su brazo izquierdo para alcanzar su teléfono celular con la excusa de saber qué hora era. El móvil marcaba las 10:00 a.m., mientras una lista de notificaciones ocupaba la mayor parte de la pantalla. Dayana buscó otra excusa para seguir interactuando con su dispositivo, pequeño, casi inofensivo, pero peligroso a veces. “Voy a revisar mis redes sociales por si pasó algo antes de que despertara. Primero Twitter”, pensó sin saber que esa revisión virtual le gastaría 30 minutos de su tiempo.

Sus ojos seguían lagañosos y secos y empezó a sentir un leve dolor de cabeza, pero su mente no pensaba en nada diferente a seguir usando el teléfono. Era como si no pudiera soltarlo, como si sus manos estuviesen amarradas con cadenas invisibles de resistencia prominente. Era nomofobia, en otras palabras, ese miedo irracional a permanecer cierto tiempo sin el teléfono celular. Ella lo sabía, sabía que era una de los millones de jóvenes con este trastorno.

“Es algo muy raro porque a veces siento que no puedo estar sin el teléfono, pero en otras ocasiones quiero soltarlo, liberarme de él, pero no puedo y eso me estresa. Nunca he sido drogadicta ni alcohólica gracias a Dios, pero creo que es un sentimiento parecido: sientes que está mal lo que estás haciendo, pero no puedes dejar de hacerlo. Tu mente se acostumbra”, trata de explicar Dayana en nuestra llamada.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha hablado de la nomofobia de forma profunda ―y se desconoce si lo hará ahora cuando su foco está en el covid-19, la pandemia actual―, pero estudios psicológicos han arrojado que la nomofobia se debe a un trastorno basado en la ansiedad que llegan a sentir las personas cuando están sin su celular y no pueden acceder a él por alguna razón.

Según un estudio realizado por la consultora Gartner en 2019, un total de 4,14 millones de celulares se venden por día en todo el mundo, siendo 800.000 correspondientes a la marca Samsung. Esto correspondería a que Samsung, al año, vende 292 millones de celulares, teniendo en cuenta un año de 365 días, y que 1.465.110.000 teléfonos móviles se venden por cada año en el mundo. Esa cifra corresponde, entre otras cosas, al 20.07% de la población mundial que se registró hasta el 2015.

Valeria Beltrán entró al cuarto de su hermana, quien estaba acostada en su cama mirando videos en YouTube. La niña de 13 años no se percató de la llegada de su hermana mayor, su concentración estaba puesta en las letras en inglés que salían rápidamente en la pantalla. Estaba aprendiendo una canción de BTS, la boy band surcoreana de K-POP, el nuevo género musical que había enamorado a preadolescentes de muchos lugares del mundo, incluyendo Colombia.

–¡Naifer, por favor! – se dirige Valeria a su hermana–. Levántate para hacerte las trenzas antes de que el cabello se te seque y después se te forme el paraco.

La niña no reaccionó al llamado de su hermana. Siguió moviendo lo labios torpemente, mientras se oían levemente sus balbuceos. Sus audífonos, incrustados profundamente en sus oídos, combinaban muy bien con el forro de su celular. Ambos tenían diseño de unicornio, con tonos morados, rosados, azules y plateados, los colores ideales para las niñas de su edad obsesionadas con lo objeto, prendas, bolsos y demás productos con esta criatura mitológica como imagen.

Valeria se acercó a Naifer y, casi gritándole le dijo: “Oyeeeeeeee, ya estoy aquí”. La joven estudiante de la Corporación Universitaria Americana estaba molesta. Su hermana, con quien esperaba compartir habitación en la nueva casa en la que se habían mudado en Soledad, acostumbraba a durar varias horas mirando videos en YouTube o buscando más popularidad en Tik Tok y no prestaba atención a muchas cosas que pasaban en la casa. Era como si ensimismara.

“Si bien las redes sociales son una herramienta importante en nuestras vidas en este momento, por factores de trabajo, educación, contacto con personas que tenemos lejos, o mantenernos informados, es innegable el hecho de la afectación que el uso excesivo de esta herramienta tiene sobre el ser humano, ya que puede alejar a una persona de la realidad, de su familia o su núcleo cuando es mal utilizada, volviéndose adictiva y perjudicial para la salud emocional”, explica Arlety Herrera López, psicóloga egresada de la Corporación Universitaria Reformada.

Herrera, psicóloga barranquillera con experiencia en atención de niños, adolescentes y sus familias, añade que este trastorno en más común en los tiempos actuales, debido al covid-19. “Es evidente que en tiempos de pandemia esta situación de la adicción a las redes sociales se ha acrecentado. Debido al confinamiento, es importante identificar los factores para poder superar este mal e ir volviendo a la vida normal”, dice.

La nomofobia no conoce de sexo

Abel Erazo tomó su celular de nuevo, mientras escuchaba la clase de Procesos Industriales donde estaba inscrito. La carga de la tensa clase, junto con la ansiedad del encierro en la casa, inquietaban a Abel, quien estaba en quinto semestre de Ingeniería Industrial en la Universidad Autónoma del Caribe, institución que también accedió por las clases remotas para seguir con los procesos académicos en estos tiempos de pandemia. El joven de 20 años se perdió por un momento de las enseñanzas de su profesor. Las palabras de este se perdieron en el espacio-tiempo y empezaron a sonar como ruidos sin sentido a los oídos perdidos de Abel. Un video de un perro comiendo helado en Instagram lo distrajo y perdió el hilo de la clase.

Él estaba en apuros. Ya no sabía qué había dicho el profesor. Les pidió por WhatsApp orientación a sus compañeros, pero no todos tenían claridad de la temática. Estaban cansados, fatigados y ya querían terminar el semestre, aunque admiten que se distraen con facilidad usando su celular, las redes sociales o el internet en general.

“En estos tiempos de pandemia uso mi celular desde que me levanto hasta cuando me duermo”, cuenta Abel por nuestro chat de WhatsApp. “Normalmente entro a Instagram o YouTube y veo noticias de deportes y memes. En eso me puedo perder todo el día. Lo que más me gusta es el estar conectado a todo, que hay de nuevo en la actualidad del mundo y de mi mundo”.

Dayana parece vivir la misma experiencia que Abel, a quien solo le lleva dos meses de diferencia en edad. “Mi día dura 16 horas, así que puedo decir que 10 horas le dedico yo a mis redes sociales diariamente, si no es más tiempo. No me sorprendería que fuera más tiempo”, confiesa la barranquillera que está cursando el último semestre académico de su carrera.

Tan cerca pero tan lejos…

Servido el almuerzo, Dayana se dirigió al comedor de su casa con dos cosas que nunca podían faltar: el hambre y su celular. Durante la pandemia, la joven periodista no solo estaba comiendo más, sisno que también le daba más tiempo para usar con mayor frecuencia su teléfono. “Deja ese celular un rato”, la regañó su madre mientras tomaba un sorbo de agua de panela. Su hija dejó el teléfono por un momento y se dispuso a probar el primer bocado.

–Te quedó deliciosa la comida, mami.

–Sí, le eché un poquito de panela a la carne. El plátano de las tajadas salió bueno. Le seguiré comprando a los señores que pasan por aquí – dijo su madre, quien no tenía su teléfono cerca. Este estaba en su cuarto.

El celular de la joven emitió un sonido. Era una notificación de su amiga Andrea, quien le preguntaba algo sobre un trabajo que se debía entregar para la universidad. Dayana soltó el tenedor y el cuchillo sobre el plato, se limpió los dedos con una servilleta y agarró nuevamente su celular. Sus estudios han sido una de las cosas más importantes para ella, desde que tiene uso de razón. Los dedos empezaron a moverse rápidamente sobre el teclado. Era solo Dayana y su celular. La comida y su madre pasaron a las sombras.

Mientras tanto, Abel se encontraba en una situación muy parecida. Su padre lo llamó a comer a la mesa. El joven se sentó en la mitad entre sus dos hermanos y teniendo a su padre de frente. La comida aún no estaba servida, así que Abel tomó su celular y revisó su Instagram, no para montar fotos o videos. A diferencia de los demás, a él no le gustaban mucho publicar cosas (en cinco años solo había hecho 12 publicaciones, es decir, 2,4 publicaciones por año. Una cifra muy por debajo de otros internautas). Él empezó a pasar su dedo pulgar de abajo arriba por su timeline y dar clic a los circulitos que salían arriba del mismo (historias).

Sus hermanos también estaban usando sus celulares, aunque no haciendo lo mismo. Miguel Ángel, de 15 años, estaba emocionado con el juego que había descargado, y Luis, de 25 años, le escribía u mensaje a su novia. Su padre permanecía en silencio, esperando la comida, mientras movía su pierna derecha de arriba abajo con rapidez, con desespero, y jugueteaba con sus dedos.

¿Cómo detectarlo?

Check list de lo que debería tener en cuenta:
-Retire el celular de su hijo e identifique si eso le genera irritabilidad o pérdida de control.
-Verifique si su hijo es de los que no duermen temprano por chatear con sus amigos hasta altas horas de la noche.
-Fíjese si todo el tiempo está pendiente de cualquier llamada o mensaje en el celular.
-¿En las reuniones familiares parece no estar presente y su interacción real es a través del celular?
-La adicción a los juegos del celular es otra de las patologías. Aunque aún no existe literatura científica en la que se demuestre que el celular genere adicción, esta puede generar como consecuencia de dicha dependencia.

“El uso excesivo del Internet y las redes sociales tiene afectación emocional en el individuo, haciendo que se aleje de la realidad, y que su mundo gire en torno al uso del Internet, esto conlleva a alejarse de las personas que lo rodean y su círculo social, no establece relaciones interpersonales estables, no puede estar en una reunión compartiendo cara a cara con otros sin el uso del celular”, dice Arlety.

“En realidad, mi relación con los demás sí se ha visto afectada, especialmente con mi madre. Nosotras nos amamos y tenemos buena relación, pero siento que estoy dedicando más tiempo a mis redes sociales y a las personas que están en ellas que a la misma mujer que me dio la vida. Y en pandemia esto lo he sentido más porque ella y yo estamos todo el día juntas y siento que, efectivamente, la tengo aislada, que mis redes sociales son primero que ella”, confiesa Villalobos.

 “Mi relación con los demás no ha cambiado, aunque cuando duró mucho tiempo hablando con otras personas, siento la necesidad de ver qué hay de nuevo y si no, actualizo hasta poder ver algo nuevo”, se sincera Erazo.

Nomofobia, similar a las adicciones químicas

El desaforado uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías «puede producir, en personas vulnerables, un síndrome clínico similar al de las adicciones químicas y podría complicarse en quienes lo padecen y presentar problemas físicos, psicológicos y sociales», dice el psiquiatra español Antonio Terán Prieto, en un estudio sobre las Ciberadicciones con el que el periódico EL TIEMPO realizó un reportaje en octubre de 2020.

El uso ilimitado de estas puede «agravar los síntomas de la depresión, ansiedad, el estrés y generar en una persona la convicción de que siempre debe estar conectada y crear así una adicción a las redes sociales y a los mensajes de texto, lo que puede contribuir al conflicto o al aislamiento de la familia o de la pareja», afirmó en una entrevista concedida al diario EL TIEMPO la doctora Mónica Arango, psicóloga licenciada por los estados de Nueva York y California en Estados Unidos.

“No, mi adicción no es con el internet”, aclara Dayana. “Yo estoy suscrita a Netflix, por ejemplo, y no lo uso o tengo otras alternativas y tampoco las uso. Mi adicción es con las redes sociales y con todo lo que encuentro en ella”, escribe la periodista en formación rápidamente.

Sí, dentro del multiverso digital hay muchas cosas, casi infinitas. Mientras unos pueden ser adictos a las redes sociales, otros pueden preferir los juegos, los libros virtuales, los videos, las fotos, revistas especializadas, entre otras muchas cosas más. Cada uno se inclina por lo que le gusta y con lo que se siente cómodo, pero desconoce los niveles de adicción que puede tener con ello.

“Yo no soy muy apegada al celular. Lo puedo usar por alrededor de 8 horas, pero mi hermanita sí lo usa más que yo”, cuenta Valeria en nuestra llamada. “Me entristezco por ella, pero al mismo tiempo me pone feliz porque me ayuda a recordar que yo sí pude tener una infancia plena, en la que mi distracción no era un celular, sino mis amigos de carne y hueso”.

*Estudiantes de quinto semestre del Programa de Comunicación Social de la Universidad Autónoma del Caribe.

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