5 de diciembre de 2024

¿La vida o la economía?

Por Anuar Saad

Cuando a finales de abril se empezó a hablar de esa aparente disyuntiva, lo primero que uno exclamaba, por la lógica de supervivencia, era que, en efecto, primero que todo estaba la vida.

Analistas de la parroquia, también de más allá de las fronteras, decían que ese axioma de si lo uno o lo otro, era irrelevante. Que el futuro estaba en seguir preservando la vida, como siempre, pero sin afectar la economía. Me sonó tan extraño, como si uno dijera que quiere casarse, pero seguir siendo soltero. ¿Cómo podría mantenerse una economía en los países del mundo si las medidas de aislamiento preventivo se extendían? ¿Quién compraría en el comercio y en la industria? ¿De qué vivirían los pequeños comerciantes y los independientes? Pero por el otro lado, también asaltaban preguntas: ¿Si hay reapertura total de la economía y culminación del aislamiento cómo se va a mover la economía si hay rebrotes masivos, muertes y millones de contagios?

Así que lo que parecía ser un “simple análisis”, resultó más complejo de lo que se esperaba. Sólo por poner el ejemplo de Colombia, el país lleva ya cuatro meses en confinamiento obligatorio y por cómo van disparándose las cifras de contagios y muertes, todo hace pensar que la “cuarentena provisional” se alargará unos meses más.

Las medidas tomadas por el país no contrajeron los contagios a la tasa que se esperaba, por el contrario, somos el quinto país con más casos en Latinoamérica y de los primeros en casos de letalidad diaria en las últimas semanas en la región. Tal vez el confinamiento prematuro y preventivo ayudó a que no sufrieramos el azote  como los que vivieron España e Italia, por ejemplo que no tuvieron el tiempo de preparación que sí tuvo nuestro país aprendiendo de los casos europeos. Sin embargo, Colombia es hoy una nación más pobre que hace cuatro meses. Más desigual. Con más pobreza absoluta. Menos clase media (que han terminado muy empobrecidos) y con las falencias de las clases menos favorecidas multiplicadas en lo social, lo económico y en la salud.

El Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, divulgó en febrero de este año un reporte sobre el comportamiento del mercado profesional en Colombia, y reveló un alza del 47,9% de la informalidad laboral en el período diciembre 2019 – febrero 2020.

Esto quiere decir que de los 11,9 millones de trabajadores que ejercen en las áreas urbanas del país, en la actualidad se contabilizan 5,7 millones de trabajadores informales y 6,2 millones formales. En el caso de Barranquilla la tasa de informalidad es del 55,3%, una de las más altas y la de Bogotá es del 42%, una de las más bajas.

Y son precisamente los comerciantes “informales” y los pequeños empresarios los más golpeados por la pandemia. Es común que en nuestras ciudades la mitad de sus habitantes con edad laboral vivan de lo que consiguen trabajando de sol a sol en plena calle. “El rebusque”, como se le conoce, ha sido imposible en estos últimos cuatro meses, precisamente por la falta de gente en las calles a causa de la pandemia. Los pobres, ahora más pobres, es la primera y trágica conclusión que nos está dejando la crisis sanitaria.

La cuarentena por causa del coronavirus también puso en evidencia la fragilidad de la salud en Colombia; lo mal pagos que son los médicos y trabajadores del sector sanitario; lo ineficiente –e indolentes- que pueden a llegar ser las EPS y lo ruin de la tristemente célebre Ley 100 que nos heredó este “maravilloso sistema” donde parece que uno pagara para morirse.

Pero ya después de más de ciento veinte días de encierro, preguntarle a una persona que si está dispuesta a prolongar la cuarentena para preservar la vida, la respuesta no será tan expedita y categórica como la primera vez. Más que por la natural necesidad de rehacer nuestras vidas sociales y “volver a ser los de siempre”, el asunto es que miles de empresas en el país han cerrado y las que no, han despedido a más de la mitad de su personal, disparando exponencialmente la tasa de desempleo en un país que ve cada día más como se contrae su economía.

No hay economía sin salud. Pero tampoco hay salud sin economía. El sacrificio hecho por la mayoría de países en el mundo está dejando una huella imborrable en nuestra historia que obligará a que seamos recordados como sobrevivientes de una batalla impensada, donde miles de ciudadanos del mundo, han perdido todo lo que tenían.

¿Lecciones? Podría echar el discurso de que “la naturaleza está reclamándonos por el abandono”; o que es “la ira de Dios”. O que “necesitábamos algo así para valorar lo que tenemos”…. Pero la verdad, es que la principal lección aprendida es la de nuestra propia fragilidad. Somos tan frágiles, que un virus microscópico ha quitado la vida a más de 600 mil personas en el mundo, y contagiado a 15 millones. Y contando.

Hoy la CEPAL proyecta que para antes de fin de año en América Latina  habrá 230.9 millones de pobres y que el desempleo estará rondando el 15%. Un panorama a todas luces aterrador que se mantendrá –o incrementará- hasta que una vacuna haya sido descubierta, probada y comercializada. Solo así, volveríamos a tener el control de nuestras vidas y de la interacción con la economía. Hoy, en cambio, el control lo impone el ritmo de contagios en cada país.

Aquella frase que entonces nos pareció grosera, esa que advertía que tendríamos que “aprender a convivir con el virus”, es la única realidad que tenemos. El autocuidado; la responsabilidad social; el amor al prójimo; el respeto por el otro, deben ser las armas, no solo para evitar el contagio, sino asimilarlas como el estilo de vida que debemos ejercer, incluso, hasta después que todo esto pase.

A ver si al fin, así a la fuerza, aprendamos de una vez por todas a ser mejores personas.

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