19 de abril de 2024

El secreto encanto de “Cien pesos”, una población escondida en el Atlántico

Por Andrea Roa y Jelmy Miranda* , Especial para Hora en Punto

Hay rincones en los que las anécdotas, su historia y su nombre, los hacen memorables. Pequeños lugares en donde la alegría le gana la batalla al sufrimiento y a las necesidades y en los que el calor humano te abraza en sus soleadas calles. Ese es el caso de “Cien Pesos”.

Para llegar a Cien Pesos, debes seguir la  vía de la Cordialidad desde Barranquilla, y de paso, aprovechar para recorrer varios de sus pueblos representativos y así  disfrutar, por ejemplo, de una deliciosa “chicharronada” en Baranoa y unas jugosas ciruelas en Campeche.

A pesar de que este corregimiento hace parte de Repelón, hay que ignorar el gran cartel que dice en letras blancas “Bienvenidos a Repelón” y en cambio, seguir una larga ruta en línea recta, que nos obliga a pasar por Luruaco, pueblo tradicional en el departamento por su crujientes arepas con huevo, hasta llegar más allá de la Laguna de Luruaco, donde aparecerá en la carretera un cartel grande que te dice: «Bienvenidos a Cien Pesos».

Magaly Berdugo sentada en la terraza de su casa siempre con una sonrisa en su rostro

¿Pero de donde nace el nombre de este pueblo? ¿A quién se le pudo haber ocurrido bautizar como “Cien Pesos” a una población?

Cien Pesos, nace bajo la tradición oral preservada de generación en generación, “Desde muy niña me contaban que todo inició por una discusión entre los compadres tenderos del pueblo. Entre cerveza y risas apostaron que un novillo costaba $10, así que $100 me imagino que era una fortuna y eso apostaron”, afirma Enis Berdugo, una de sus habitantes quien hace énfasis que esta anécdota es la que todos en el pueblo cuentan como la historia oficial su nombre.

Calles destapadas, el común denominador

Subiendo una loma de arena y piedras, está la casa de Magaly Berdugo. Los animales que la resguardan, tienen una soga atada al cuello que les permite bajar la cabeza para seguir comiendo y bebiendo agua. Detrás de la casa, está el lote más preciado de la familia Roa Berdugo; ahí tienen un pequeño establo, donde yeguas y caballos corren de un lado a otro, frente a su largo jardín y justo al otro lado de su humilde hogar, se encuentra un jagüey donde desembocan los arroyos del pueblo.

Magaly o “La vieja Maga”, como con cariño la llaman, está sentada en un mueble de la sala de su casa, tiene una pose de matrona y un dolor de cabeza que piensa curar con un poco de café caliente.

Más tarde, en la esquina de la plaza, dos adolescentes comen galletas, toman gaseosas, pierden el tiempo en silencio; estos son Leidy Laura y Joel Suarez, primos de 14 y 15 años, que todos los días al finalizar las clases virtuales, esperan a sus amigos para departir alegremente mientras sus abuelos, salen de misa. “Pero eso no es todo lo que hacemos”, dice Leidy Laura, “también con la profesora de naturales, salimos a limpiar los fines de semana los arroyos para que esa vaina no se estanque cuando llueve”.

La iglesia en la plaza del pueblo

El exquisito olor a bollo recién hecho en la mañana se apodera de cualquier rastro de brisa que sopla en el pueblo. La gente mira a los visitantes como si se tratara de su misma familia, con una sonrisa en su rostro y ojos de confianza y amor los reciben con los brazos abiertos, en un tono más bien amigable, los invitan a que se sientan como en casa, que no se preocupen por nada.

Las fotografías de quienes han partido son típicas en aquellas paredes cuarteadas de las casas. Aunque hay solo unas cuantas calles que han sido bendecidas con el manto del pavimento, esto  no les impide a los niños y jóvenes de disfrutar una buena ‘pateada’ de bola de trapo después de terminar con sus deberes.

Corriendo por todos lados, están los perros que aunque parezcan sin hogar, siempre está el alma dadivosa de un vecino que les brinde techo y comida, La sensación térmica es ideal, por eso, nunca falta una buena mecedora en las terrazas para disfrutar de la deliciosa brisa que sacude el cabello y refresca todo el día.

Todos los años en sábado de gloria y domingo de resurrección, se celebran las fiestas patronales de Cien Pesos en honor al Señor de los Milagros, como actividades principales para comenzar las festividades;  primero se realiza una misa y una procesión por todo el pueblo;  después de esto, cada uno de los habitantes se reúnen para la popular corrida de toros; bailes populares en la noche; pelea de gallos y en la noche a las 8:30 queman un elaborado y hermoso castillo de pólvora, para darle paso a una celebración de baile, cerveza y canción. Desde el más chico hasta el más viejo, todos se gozan las fiestas del pueblo.

Miguel Roa, también conocido como ‘El Tremendo’ es considerado uno de los principales personajes de este alegre corregimiento de Repelón. Él fue reconocido por ser quien sacó a la civilización a las personas de Cien pesos y las Tablas para vender su yuca. Los llevó a conocer el mercado de Barranquillita, convirtiéndose así en uno de los primeros comerciantes de la región que llegó al centro de Barranquilla a vender sus productos agrícolas, y se encargó de impulsar a las personas de la zona para que conocieran la ciudad y vendieran sus productos, impulsando su economía y brindando su mano en colaboración para comercializar sus cosechas, generando mayores ingresos.

“Harinita y deliciosa”, son las palabras que más se escuchan por todo aquel que ha tenido la dicha de tener en su mesa, la yuca que se cultiva en Cien Pesos, pero no solo se destacan por la calidad de su agricultura, también, por su producción de queso, que desde muchos años, es el favorito de los hogares.

Darwin Roa es el encargado principal de la creación de este producto “Se coge la leche y no se pone a hervir, leche cruda, que no tenga mucho tiempo de ser ordeñada y se prepara con cuajo, este se obtiene de una parte del estómago de la vaca o una parte del intestino, contiene todavía eses de res y se le echa suficiente sal, se amarra y se pone al sol y esperan a que se seque, así se forma el cuajo natural, no el artificial con tanto químico que venden por ahí”, comenta el señor Roa, “Después que este seco, se pone en un recipiente y a ese recipiente le echan la leche, luego,  se menea bastante y se deja quieta y empieza a coagular, se va sacando la grasa y luego le meten las manos para separar el coagulo que se va formando de la leche o el suero, que es la parte que permanece liquida, se le echa sal y se pone en una prensa para sacarle la mayor cantidad de suero, se pone a escurrir hasta que se forme sólida”, esta es la forma en que la familia Roa, ha venido preparando el queso por muchísimos años, todo con productos naturales, nada de químicos, por esta razón es que es muy apetecible.

“La vida de pueblo es buena, pero la vida en Cien Pesos, es sabrosa”, comenta Janith Roa, dueño de la, tienda ‘La bacanería’, situada en la vía principal, llegando al límite del pueblo, junto a la plaza. A pesar de no ser un lugar muy extenso, como todo pueblo, tiene su gran cementerio, su plaza con parques, un colegio y gente que con los brazos abiertos y una cálida sonrisa te dan la bienvenida.

*Andrea Roa y Jelmy Miranda, son estudiantes de la asignatura de Crónica en el programa de Comunicación Social de la Universidad Autónoma del Caribe. El trabajo también fue apoyado por los estudiantes Enrique García y Sebastián Garrido.

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